El regreso del húligan (fragmento)Norman Manea
El regreso del húligan (fragmento)

"¿Le interesaría acaso al señor Portofino mi miedo a volver a la patria? Sí, Culianu, al igual que yo, parecía asustado por el regreso al país que había sido su patria desde hacía doscientos cincuenta años, cuando sus antepasados griegos se refugiaron allí de las persecuciones del Imperio otomano. La Rumania que él había amado y en cuya lengua se había formado se había convertido para él, poco a poco, en Jormania. La describió en dos narraciones de corte cuasi fantástico, con una difusa influencia borgiana.
En la primera, el Imperio Maculista de la Unión Soviética colaboraba con los espías de Jormania para matar al dictador local y a su mujer, la camarada Mortu, e instauraban la «democracia» bananera de la pornografía y de los pelotones de ejecución.
La segunda narración leía la realidad posrevolucionaria mediante una imaginaria reseña de un imaginario libro de memorias de un imaginario memorialista que describía la falsa revolución, seguida de una falsa transición hacia la falsa democracia, el rápido enriquecimiento de los antiguos securistas, turbios crímenes, la corrupción, la demagogia y la alianza de los ex comunistas con la Guardia de Madera, la nueva extrema derecha. Las imaginarias memorias del imaginario testigo evocaban también el falso proceso y la rápida ejecución del «Conducan» tirano y de «Madame Mortu», el golpe de Estado, los funerales de los falsos mártires, el pueblo manipulado. El nuevo conducator, el Señor Presidente, el asesino del camarada presidente, comentaba la situación con el tradicional humor local: «¿Acaso no es esta la función esencial del pueblo?» O sea, ser engañado.
¡Así pues, ésta es Jormania, señor Portofino! Tenía usted razón, no fueron fuerzas sobrenaturales sino la Jormania de los Balcanes o de Chicago la que le impidió a Culianu volver a ver su país. Pero los amigos, los libros, el amor, los chistes, el canto, ¿dónde entraba todo eso y quién lo podría ignorar? ¿Y la madre que nos dio la vida, nuestra verdadera patria? ¿Cuándo se convierte todo eso, sencillamente, en la Jormania legionaria o comunista? ¿Ocurrirá en todas partes, en todo tiempo, será así, Jimmy? Al igual que Culianu, me había cansado de preguntarme sobre las contradicciones de la patria. Tenía un pasado diferente del suyo y no era la pistola de Bucarest lo que me daba miedo. Más bien, el conglomerado de vínculos de los que todavía no me había soltado. Ninguno de los transeúntes que pasaban por delante del restaurante Ottomanelli Bros se parecía a mi ángel custodio del FBI y eso no me defraudaba. En realidad, no era al oficial Portofino, sino a otra persona, a quien yo estaba esperando en el banco donde me había quedado inmóvil largo rato. Mi interlocutora sabía más de mí que yo mismo; no habría habido necesidad de explicaciones.
¿Se acordaría de aquel librito de la librería del abuelo, hace sesenta y dos años?
Su primo Ariel, el bohemio rebelde, con el pelo teñido de rojo y ojos negrísimos leía a los que se reunían alrededor del mostrador un librito de tapas delgadas color rosa titulado Cum am devenit huligan [Cómo me convertí en húligan], como si fuese una guía de drogas e hipnosis. Su prima, la hija del librero, hojeaba febril las páginas. El comentario de Ariel retomaba siempre la misma palabra: «¡Vámonos!». Repetida con vehemencia y con la misma y decidida escansión, como si hubiese pronunciado «revolución», «salvación» o «renacimiento». «Ahora, inmediatamente, que todavía estamos a tiempo: «¡Vámonos!». De vez en cuando, Ariel giraba el libro y miraba burlón con los ojos bien abiertos el nombre de la tapa. «Sebastian, ¿oís? ¡El señor Hechter, llamado Sebastian!»
No era Culianu, sino otro muerto el que se hallaba en las premisas de mi viaje. Otro amigo de Mircea Eliade, de otro periodo: Mihail Sebastian, el escritor que yo había mencionado en el desayuno del Barney Greengrass y cuyo diario, escrito hacía más de medio siglo, acababa de aparecer publicado en Bucarest. Pero ese libro póstumo no podía colocarse en los estantes de aquellos tiempos. La librería ya no existía, ni el abuelo, y tampoco el sobrino Ariel. Mi madre, que tampoco existía, ¡ella sí se acordaría del escándalo Sebastian! Tenía una excelente memoria mi madre, la tiene todavía ahora, no lo dudo.
El irritante y sempiterno antisemitismo, para el que también la Jormania prefascista ofrecía una buena base de investigación, le parecía a Sebastian en «la periferia del sufrimiento». Consignaba con benevolencia las adversidades externas como algo rudimentario y menor, comparado con la ardiente «adversidad interna» que asedia el alma del judío. «Ningún pueblo ha confesado con mayor crueldad sus pecados, reales o imaginarios, nadie se ha escrutado con mayor dureza ni se ha castigado con mayor rigor. Los profetas bíblicos son las voces más tremendas que jamás han resonado en el mundo.» Son líneas de 1935, cuando las adversidades externas anunciaban la catástrofe que se avecinaba. "



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