El eco de la memoria (fragmento)Richard Powers
El eco de la memoria (fragmento)

"La palabra «orgullosa» le llegó a lo más profundo. Algo en ella admiraba a Robert. Este podía señalar ciertas cosas y reclamar su paternidad. Las cosas más horribles, ciertamente, pero sólidas y acabadas. Por lo menos Karsh había dejado una cicatriz en el paisaje. Ella no podía señalar nada excepto una serie de empleos en el sector servicios, todos ellos perdidos, y un piso, ahora vendido. Ni siquiera había procreado, algo que todas sus compañeras de instituto hacían con más facilidad de la que Karin tenía para limpiar la casa. Incluso su propio hermano decía de ella que no era nada. A los treinta y un años, por fin había encontrado una ocupación importante. Ansiaba decirle a Robert hasta qué punto era un trabajo digno.
—¿Orgullosa? —inquirió, dispuesta a perderse—. ¿Cómo voy a estarlo?
—Ya lo verás, si obtenemos la aprobación del Consejo de Desarrollo. De lo contrario, el asunto se someterá a debate. Ven a la sesión pública y descúbrelo.
—He de ir —replicó ella en un seductor tono de chanza—. Por mi trabajo.
Asistió a la sesión pública con Daniel. Él condujo, y ella le atacó de un modo implacable durante todo el trayecto.
—Si llegas a la señal de stop primero, tienes que pasar primero. No te quedes ahí sentado, haciendo señales a los otros para que pasen.
—Es cortesía elemental —replicó él—. Si todo el mundo...
—¡No es cortesía! —le gritó ella—. No haces más que joder a la gente.
Él se achicó.
—Evidentemente.
Esa era toda la crueldad de que era capaz, y a ella le daba pena. Cuando llegaron al lugar donde se celebraba la sesión pública, estaba contrita. Le tomó del brazo mientras caminaban por el aparcamiento del Edificio Municipal.
Soltó el brazo de Daniel en el vestíbulo, al ver a Karsh y sus colegas de Platteland. Dirigió la vista al suelo de mármol de color melocotón mientras Daniel la conducía a la sala. Buscaron asiento en la cámara, que se iba llenando. Daniel examinó la sala. Ella siguió la dirección de su mirada, por encima del público, formado en su mayoría por personas mayores. Dos chicos del canal por cable comunal universitario manejaban una videocámara hacia la mitad del pasillo, a mano derecha. Aparte de ellos, la mayoría del público vivía de la Seguridad Social. ¿Por qué la gente esperaba a tener un pie en la tumba antes de ocuparse de su futuro?
—La asistencia no está mal —le dijo Karin a Daniel.
—¿Tú crees? ¿Cuántas personas dirías que hay?
—No sé. Ya sabes lo torpe que soy para calcular. ¿Cincuenta? ¿Sesenta?
—O sea... ¿aproximadamente la décima parte del uno por ciento de la gente directamente afectada?
Se unieron al contingente del Refugio. Daniel pasó en un instante de la apatía a la animación, y ella se colocó detrás de él, como un tordo en el nido. El grupo se puso a hacer planes y contraplanes, y Karin iba aportando la documentación que había preparado. Vio a Daniel trabajando, lleno de la energía que le daban las fuerzas desplegadas contra ellos. La disminución de las probabilidades le hacía más atractivo de lo que había estado en las últimas semanas.
Detrás del equipo de la televisión estudiantil, en una silla colocada a propósito fuera del alcance de la cámara, se sentaba Barbara Gillespie. Su presencia puso nerviosa a Karin: mundos incompatibles. "



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