De los amores negados (fragmento)Ángela Becerra
De los amores negados (fragmento)

"Cuando una relación de pareja no funcionaba, su experiencia como terapeuta le había enseñado que siempre los implicados trataban de inculparse; de encontrar a toda costa una víctima y un verdugo. Enfrentar un fracaso matrimonial requería de una sapiencia y madurez difíciles de encontrar.
Ahora ella no quería ni pensar que su matrimonio con Martín no iba, pero su realidad más profunda la estaba invitando a abordar esa posibilidad. Sintió miedo de lo que su cabeza empezaba a cavilar. ¿Desde cuándo cuestionaba su historia con Martín? Su mente no paraba de dispararle a bocajarro dudosas cuestiones... ¿La vida sólo era ese ir y venir diario a su consulta?... ¿Dónde estaba la magia de existir?... ¿Esto era TODO?
Mientras encadenaba una a una sus preguntas más íntimas llegó a la Calle de las Almas y se detuvo en el portal de la entrada de su casa; Martín estaba entrando. A Fiamma le sorprendió muchísimo encontrárselo a esas horas, pues últimamente llegaba cuando ella dormía y en las mañanas se iba cuando todavía no se había levantado; él también se sorprendió, no esperaba encontrarse con su mujer. Se saludaron con desganado cariño, y para sus adentros Martín pensó que se le acababa de dañar su salida. Por su parte, Fiamma se sintió incómoda; tenía que acostumbrarse a Martín, ya que todavía llevaba puesta la alegría de su encuentro con David. Se preguntó si se le notaría en la cara. Cambió de golpe la expresión de su rostro y entró en su piso con cierto aire de culpabilidad. ¿Le debería contar a su marido que se estaba viendo con el escultor? Su respuesta inmediata fue NO; no podía. Aunque no tenía nada con David, Martín hubiera pensado «como hombre» que ese amigo de las tardes iba tras de algo; entonces a Fiamma se le vino a la cabeza el dicho que su madre no había parado de repetirle en su pubertad: «el hombre propone y la mujer dispone», e inmediatamente lo aplicó a ella y su amigo. Si David llegaba a proponerle algo, sería ella la que tendría la decisión de seguir adelante o pararlo. No le diría nada a su marido. Protegería su pequeña e ingenua dicha crepuscular. Ajeno a todas las cavilaciones de su mujer, Martín encendió mecánicamente la televisión para ver el telediario, gesto que irritó a Fiamma, pues ya se había acostumbrado al silencio de sus noches. Cuando llegaba del baluarte le gustaba quedarse en el balcón rumiando lo vivido, y después se sumergía en sonatas. Se estaba acostumbrando a vivir sola y le gustaba. Ahora se daba cuenta lo que llegaban a fastidiarle los gustos de Martín. Cuando su marido estaba en casa, sus deseos terminaban cediendo a los deseos de él. No se había dado cuenta hasta ahora de lo ahogada que había vivido. Se puso delante del televisor y, en un acto decidido y provocador, lo apagó. Martín desde el sofá, con el mando a distancia, volvió a encenderlo. Ella no cedió. Volvió a apagarlo. Así estuvieron un rato hasta que se calentaron y él acabó por dar un portazo y escapar a la Calle de las Angustias. Fiamma se lo había puesto en bandeja, pensó Martín. Últimamente no soportaba verla. Le molestaban aquellas velitas de incienso que ella se la pasaba encendiendo por la casa. Aquel olor dulzón que las paredes habían absorbido de tantas que había quemado. No entendía cómo podía pasarse la vida escuchando tonterías de mujeres, habiendo tantas cosas interesantes por fuera. Cuando la comparaba con Estrella la encontraba mojigata y recatada. En una palabra: simplona. Pensó que habían ido evolucionando de manera diferente. Él todavía tenía ganas de experimentar y alcanzar nuevas metas; ella en cambio, pensaba Martín, parecía que ya lo había conseguido todo y estaba apoltronada en su monótona vida sin cuestionarse nada. Con Estrella se sentía joven, atractivo y divertido. Reían y se lo pasaban en grande con cosas tan simples como cocinarse un plato de espaguetis entre arrumacos y tomates. Le había despertado un nuevo sexo. Aquel que había dejado de vivir, primero en su juventud, cuando se había ido al seminario, y luego en la invariabilidad de sus diez y ocho años de casado. Con Estrella había recordado la locura vivida con Dionisia en el campanario del seminario. Ella era divertida e interesante. Siempre tenía algo nuevo que contarle. Algo que enseñarle. Con Fiamma ya lo tenía todo visto. En su camino a la Calle de las Angustias, Martín iba llenándose de un sinnúmero de razones para barrer con ellas el último resquicio de culpa que podía ensuciarle la conciencia. Al llegar al ático de Estrella ya se había olvidado de su mujer. "



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