El tiempo es un canalla (fragmento) "Los poetas sostienen que recobramos por un momento lo que fuimos en otro tiempo al entrar de nuevo en tal casa, en tal jardín donde vivimos de jóvenes. Son peregrinaciones muy arriesgadas y tras las cuales se cosechan tantas decepciones como éxitos. Los lugares fijos, contemporáneos de años distintos, más bien debemos buscarlos en nosotros mismos. Lo desconocido en la vida de los seres humanos es como lo desconocido en la naturaleza, que cada descubrimiento científico hace retroceder pero no anula. Marcel Proust, En busca del tiempo perdido. Alex se agachó y echó un vistazo a la pequeña colección de las repisas de las ventanas. Se detuvo en la foto de Rob, el amigo de Sasha que se había ahogado cuando iban a la universidad, pero no hizo ningún comentario. Aún no había visto las mesas donde Sasha almacenaba el montón de objetos que había robado: bolígrafos, prismáticos, llaves, y la bufanda infantil que simplemente no había devuelto a la niña que la había perdido al salir de un Starbucks de la mano de su madre. Por aquel entonces Sasha ya estaba visitándose con Coz, por lo que había identificado la letanía de excusas a medida que éstas iban asomando a su mente: el invierno ya casi ha terminado; los niños crecen tan rápido; los niños detestan las bufandas; es demasiado tarde, ya se han marchado; me da vergüenza devolverla; podría perfectamente no haberme dado cuenta de que se le caía... De hecho no lo he visto, acabo de descubrirla ahora mismo: «¡Fíjate, una bufanda! Una bufanda de niña, amarilla a rayas rosas... Vaya, ¿de quién será? Bueno, la recogeré y me la quedaré un rato...» En casa, la había lavado a mano y la había doblado con esmero. Era uno de sus objetos favoritos. —¿Qué es todo esto? —preguntó Alex. Había descubierto las mesas y estaba contemplando lo que parecía el trabajo de un castor aficionado a las miniaturas: un montón de objetos con una lógica incomprensible, pero desde luego no aleatoria. A ojos de Sasha, las mesas casi se zarandeaban bajo el peso de tanta vergüenza y tantas situaciones de las que había logrado salvarse por los pelos, las pequeñas victorias y los momentos de pura euforia. Allí había años de su vida comprimidos. El destornillador estaba en una esquina. Sasha se acercó más a Alex, atraída por el modo en que este iba asimilando todos los detalles. —¿Y cómo te sentiste al encontrarte junto a Alex ante todas las cosas que habías robado? —preguntó Coz. Sasha volvió la cara hacia el diván azul porque se estaba ruborizando y eso era algo que detestaba. No quería contarle a Coz los sentimientos encontrados que había experimentado allí, junto a Alex: el orgullo que le producían aquellos objetos, una ternura que aún se acentuaba más por la forma vergonzosa como los había conseguido. Lo había arriesgado todo, y ahí estaba el resultado: el núcleo descarnado, retorcido de su vida. Al ver a Alex recorrer con la mirada aquellos objetos se emocionó. " epdlp.com |