Las infanzonas (fragmento)Mauricio López-Roberts
Las infanzonas (fragmento)

"Sonaron las voces cantando vísperas. Las palabras litúrgicas se alzaban solemnes hasta la bóveda, que las conservaba resonando; las seguía la devota, esperando el fin de ellas para oír el ansiado nombre del donante. Concluyeron las oraciones, y mientras su eco retumbaba aún, desfilaron los sacerdotes arrodillándose ante el altar. Salió don Perfecto a poco, y en una de las puertas laterales le alcanzó Prisca; preguntándole a boca de jarro, llena de impaciencia:
-Dígame, señor canónigo, el nombre de ese señor; ya lo sabrá usted.
-El deán acaba de decírmelo. El generoso indiano se llama don José Alberto Mouriñas, es casado y tiene... ¡Se pone usted mala! ¿Quiere usted sentarse? -exclamó el cura viendo a la Mirla cerrar los ojos y tambalearse pronta a desfallecer. Las Santas nos amparen -añadió, sentándola en un poyo de piedra adosado al muro. ¡Se le pasa! Será un desvanecimiento.
Prisca se había dejado caer pesadamente en el banco; sus párpados seguían cerrados y más amarilla que nunca, no respiraba, pareciendo muerta, sin mover pies ni manos. Don Perfecto empezó a alarmarse. Aquellas viejas tan consumidas se iban al otro mundo en un abrir y cerrar de ojos, y acaso fuera aquél uno de esos casos, y nadie venía a quien pedir socorro.
-¡Jesús, Jesús, qué conflicto!
Al fin se reanimó algo la pájara y abrió los ojos.
-¡Vamos, ya pasó, no es nada! -decía el buen canónigo, aún no muy tranquilo; serénese usted, doña Prisca. Eso es debilidad. Está usted demasiado tiempo de rodillas; ya se lo tengo dicho.
-Mi vida entera debería pasar así -contestó muy excitada la otra-, de rodillas, para dar gracias a Dios por los beneficios que me concede. "



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