Los asesinos (fragmento)Elia Kazan
Los asesinos (fragmento)

"No había nadie en la casa de la calle Queen. La vigilancia de la Policía y la detención de Fat Freddie habían hecho que todo el mundo se marchase. Hasta Sandy había ido a visitar a su abuelo en su casa de la cima de una montaña, cerca de la frontera con México.
Alguien de los que vivían en la casa había venido siempre con el dinero para la comida y el alquiler. Ahora Michael estaba solo, hambriento, y el alquiler hacía meses que no se pagaba.
El padre de Michael le enviaba a su hijo una suma de setenta y cinco dólares por mes. No había llegado. La leche de la nevera se había agriado. Michael comenzó a cortar las partes enmohecidas del final de una barra de pan, pero acabó por tirarlo entero. En la parte trasera del estante había media botella de extracto de lima. Sobre la mesa, dos viejas botellas de catchup. Michael se tomó lo que quedaba en ellas.
Dejando aparte su hambre, Michael se sentía contento de estar solo, así que cuando un viejecillo con pinzas en los pantalones llegó en bicicleta para entregarle un telegrama que le informaba que su padre iba a visitarle, no se sintió
complacido.
Clifford Winter intentaba establecer algún contacto con su hijo, lo cual no era siempre fácil, porque el chico no escribía a casa más que para informar a sus padres dónde podían enviarle su mensualidad cada vez que se trasladaba. Pero cuando el señor Winter tenía que ir a Los Ángeles y San Diego para ultimar unos contratos entre su firma y las compañías de aviación, de vez en cuando interrumpía sus viajes para pasar un día o una tarde con su hijo. Aquel día, Michael no quería ser molestado. Tenía mucho en que pensar.
En la cocina, una foto de Cesáreo Flores recortada de un periódico estaba clavada en la pared con un cuchillo de carnicero ensartado en el ojo izquierdo. Cuidadosamente, Michael desclavó el cuchillo y tomó la foto en su mano. Durante largo rato estudió el pesado y ansioso rostro. Recordó su viaje al desierto, y cuán rápidamente se habían hecho amigos aquel títere de las autoridades y él. Decidió ir a ver si podía pedirle prestados un par de dólares a Donna —se había mostrado realmente amistosa— y quizá comerse alguna de las galletas que ella guardaba en el escritorio. Luego se iría al desierto y trataría de unir las piezas del rompecabezas en que se habían transformado sus sentimientos.
En la mesa contigua a aquella en que Wheeler estaba recibiendo su masaje de después de la partida, se hallaba un miembro importante de una organización internacional de italianos, que, tras una carrera extremadamente activa en un área mucho más populosa del país, había decidido trasladarse al gran Sudoeste por razones de salud y seguridad. Wheeler, en un momento crítico, había ayudado a aquel hombre a superar ciertos problemas de impuestos. "



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