El viaje a ninguna parte (fragmento) "Rosa repartió las cartas. A veces jugábamos al tute con doña Leona, o con ella y Menéndez. Si estaba Maldonado y éramos cinco, jugábamos a las siete y media. Cuando estábamos solos, jugábamos a la brisca. Siempre en el comedor. Lo malo fue que en mi cuarto no había muebles: sólo la mesilla de noche, el lavabo y la cama. Eso fue lo malo. Porque tuvimos que jugar en la cama, casi tumbados, el uno frente al otro. Yo no veía las cartas. Veía los pelos empapados de Rosa, pegados a la frente, a las mejillas. Su blusa, también empapada, pegada a la carne, resaltando las tetas, los pezones... Ella no creo que viera nada en mí; nada nuevo, quiero decir, porque me tenía ya demasiado visto. Pero aquel cerdo repugnante la había puesto tan caliente... De todas formas, ya digo, no fue eso lo malo; lo malo fue que en el cuarto no hubiera una mesa y unas sillas. Lo que son las cosas... Sin buscarlo, sin proponérmelo, casi podría decir sin pensarlo (aunque de eso ya no estoy tan seguro, ha pasado tanto tiempo que ya no me acuerdo de si alguna vez lo pensé), bueno, pero el caso es que, como digo, sin buscarlo me encontré con aquel regalo. ¡Y qué regalo! Mi prima Rosa del Valle, desde que se desarrolló, siempre me había parecido muy mona, aunque sin comparación con Juanita Plaza; pero en la cama, entre mis brazos, a sus dieciocho años, era una auténtica maravilla. Y por culpa del lujurioso sastre Menéndez, aquella maravilla era para mí. Y bien que la disfruté. Claro que no nos resultó fácil. Por las noches yo dormía con Juan Conejo, al que no le contamos nada. Teníamos que aprovechar las mañanas, cuando el sastre Menéndez se encerraba a trabajar en su obrador y doña Leona se iba a la compra. Afortunadamente, la habitación contigua a la mía la ocupaba la vieja sorda, que no se enteraba de nada. Por ese lado no había peligro. " epdlp.com |