El novelista en la Biblioteca de Babel (fragmento)Héctor Abad Faciolince
El novelista en la Biblioteca de Babel (fragmento)

"Los seres humanos somos unos fabricantes de fantasmas. A nosotros el mundo material, tal como es, no nos basta, y por superpoblado que esté le añadimos día a día otras presencias ficticias, imaginadas, es decir, fantasmagóricas. En la Tierra habitan, como mínimo, el doble de las personas que viven en la Tierra. En este planeta vivimos 6 mil millones, pero cada uno de nosotros tiene por lo menos un muerto que se pasea, que vive, que va a todas partes con nosotros, metido en esa errante maleta de ideas que es nuestra cabeza.
Así como a Hamlet se le aparece el fantasma de su padre, nosotros también, en nuestra imaginación, conversamos con nuestros muertos, los traemos a nuestra memoria aunque sólo sea con esa vaga y deleznable consistencia de los sueños, les preguntamos qué opinan sobre lo que hacemos, nos preguntamos qué opinarían sobre lo que somos. Y ellos, si tenemos suficiente suerte o imaginación, nos contestan.
No es sólo Don Quijote el que duda y el que sabe que las personas no son tal como se nos presentan, sino que casi siempre hay algo más que se esconde detrás de las engañosas apariencias. Por algún secreto arte de encantamiento, todas las personas se nos ocultan, no son exactamente lo que parecen, son más o son menos de lo que vemos. Cuando conocemos a alguien intentamos descifrar esa cara nueva, ese aspecto que estrena espacio en la máquina de nuestros sentidos. Los pesamos y sopesamos de inmediato, los pasamos por un fino cedazo que nos informa edad, oficio, dinero, inteligencia, atractivo. Les dirigimos las primeras palabras (cargadas de señales sinceras o engañosas de nosotros mismos incluso cuando inquirimos sobre ellos) y al mismo tiempo la imaginación, la loca de la casa que decía Santa Teresa, empieza a disparar fantasías –o hipótesis, como diría la ciencia–, es decir, a producir un montón de fantasmas que intentan apoderarse, poseer a esa persona por aproximaciones sucesivas.
Los otros son presencias fantasmagóricas que se van precisando con la observación y con el tiempo. Hasta la persona amada, sobre todo la persona amada, es un jeroglífico que no acaba de despejarse nunca del todo. Por como se tarda Fulano en contar el dinero para pagar la cuenta, le atribuimos una personalidad, un fantasma de avaro; por cómo nos mira o no nos mira Zutana, le damos su fantasma de coqueta, de santurrona, de madre, de puta, de calculadora, de buena, de falsa buena, de rica, de tonta, de peligrosa, etc. ¿Y en últimas quién es esta mujer, cualquier mujer, es ella o sus fantasmas? La fantasía simula las actuaciones futuras de esa persona y comprueba si es así o no es así, si corresponde a eso que nos imaginábamos. En eso se nos va la vida, en tratar de entender y de conocer a los otros, a esa inmensa cantidad de gente con su ejército de fantasmas. "



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