La parranda (fragmento)Eduardo Blanco Amor
La parranda (fragmento)

"Todavía se vio al otro un buen rato subiendo y bajando por los montones, apareciendo y desapareciendo, pero en una dirección que no era la del alpende, que lo hacía así como gran raposo que era para engañar. Pero yo tenía la certeza de lo que matinaba, y tanto me desasosegué, que quise ir tras él para hacerle algunas reflexiones. Pero seguramente tendría que pelearme y casi no tenía fuerza para tenerme en pie, cuantimás para pelear con aquel brutazo al que no podía doblar toda la bebida que llevaba en el bandullo.
El Milhombres estaba como adormecido, pero no dormido. La pítima le daba por canturrear esas melopeas que las mujeres cantan en las novenas y procesiones.
Yo no podía con la desazón, porque si consentía lo que estaba sospechando iba a quedarme un cargo de conciencia de por vida. Sabía yo demasiado que otros cobardes habían intentado aquello mismo, y que Socorrito, que era muy recia y valiente, y, además, con esa fortaleza que da la locura, se iría a defender hasta lo último. Y, por otra parte, como yo conocía bien al Bocas, sabía también que si le fallaba la astucia del perfume que se había echado para oler a señorito, no era hombre de pararse en barras para salir con la suya.
A poco se perdió a lo lejos. Por lo tocante a mí, aun con todo lo que cavilaba, era tanto mi desfallecimiento que, en cuanto caí en el suelo, ya comencé a sentirlo todo como el que está soñando.
La luna había desaparecido y subía del campo un humazo, así como una niebla, que se quedaba un poco alto. Por las cimas del Montealegre se venían, aún muy apagadas, las luzadas del día, lo que hacía el campo todavía más oscuro... Entre los montones del cisco andaban muchas ratas grandes revolviendo en los desperdicios, a veces tan junto a nosotros que nos pasaban por las piernas como si fuésemos difuntos.
Yo me sentía como agonizando, ésa es la palabra. Y no acertaba a entender si aquella cansera era cosa del cuerpo tan maltratado o del "pensamiento" que se me venía de otro modo. Pero fuese como fuese, me sentía a morir, que nunca me sentí igual, que tanto me daba una cosa como otra, y me dejaba ir en aquel caerme sin fin, como si en vez de estar acostado estuviese en el aire; que aún me quise coger, con todo el poco sentido que me quedaba, a la idea de mi madre, de mi pequeño, y no lo conseguía como si se me fuese deshaciendo el ser, que ganas me daban de dejarme ir así, yendo, hasta parar en la muerte. "



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