Una señora comprometida (fragmento) "Seguía el silencio. Anastasio respiraba con fuerza. Teresa parecía que sollozaba. Como la noche estaba oscura, gracias a la inoportuna ocurrencia de una nube que se echó encima de la luna, nuestros viajeros no pudieron reparar en sus compañeros de viaje. Y eran dos, nada menos. Dos que, o dormían, o lo fingían muy bien. Eran un caballero y una señora. Un caballero y una señora, que hacían dúo al tric-trac, tric-trac, de la máquina, con el ¡grrr! ¡grrr! de sus ronquidos. ¡Qué cosa tan poética es un ronquido! ¿Verdad, lector? (...) El farolillo del vagón estaba... como es uso y costumbre, casi apagado. Estos vagones de los ferrocarriles españoles son muy cómodos. Su luz no estorba nunca para dormir. Teresa seguía haciendo tristes reflexiones. Anastasio, idem idem. Y a ella le empezaba a gustar él. Y a él hacía mucho rato que le gustaba ella. Porque desengañémonos: al cabo de tantas horas juntos y de tantos sustos y quebrantos, ya era cosa de tomarse cariño. El trato lo engendra, según dice el proverbio. Y a Teresa le iba ya gustando el desembarazo de Anastasio, y la sans façon de Anastasio, y los ojos de Anastasio, y los bigotes y la perilla de Anastasio. En fin, que le gustaban a ella las cosas de Anastasio. Eso no se puede remediar. En cuanto a él, pensaba, pensaba, pensaba y no cesaba de pensar. Aquella mujer, encontrada así, de aquella manera, en aquellas condiciones; aquella mujer parecía sensible, parecía buena; no era tosca en sus modales, ni mucho menos; tenía buena conversación. " epdlp.com |