El buen leviatán (fragmento)Pierre Boulle
El buen leviatán (fragmento)

"El capitán Müller, que se había apartado ligeramente para dar instrucciones a uno de sus oficiales, se sobresaltó al escuchar el tono con que hablaban que parecía emanar de seres delirantes. Su interlocutor le impedía ver el espectáculo que tanto parecía conmover a los dos amigos y que le mostraban con dedo tembloroso. Mientras se apartaba unos pasos para descubrir la causa de semejante exaltación, tuvo consciencia de un súbito cambio en la atmósfera que rodeaba al buque. Aquel fenómeno le pareció tan perturbador, tan extraño, que le concedió unos segundos de atención incluso antes de descubrir el punto de convergencia de todas las miradas. A la algarabía de los eslóganes y el griterío había seguido un silencio saturado de religiosidad. En todas las embarcaciones tanto los marineros como los pasajeros se habían quedado inmóviles, desconcertados por la misma visión que provocaba las exclamaciones de Maurelle y David. Sobre los puentes y las cisternas del petrolero, los marineros que enarbolaban las mangas contra incendios permanecían igualmente petrificados, mientras que los chorros de agua sin dirección, regaban anárquicamente la mar. Müller tuvo la absurda impresión de que el propio Gargantúa retenía el aliento.
Al fin descubrió el objeto de aquella especie de encantamiento. Pero aun cuando durante su larga carrera de marino hubo de ser testigo de acontecimientos insólitos y se había acostumbrado a no conmoverse demasiado, la experiencia le había enseñado que siempre tenían una explicación lógica, en aquella ocasión compartió el embrujamiento que se apoderaba de los testigos de éste y transcurrió un largo momento antes de que se recuperara y estuviera en condiciones de apreciar la extravagancia.
La Coja, aún empapada de la ducha que recibiera de pleno, permanecía en el puente de mando del carguero. Bajo el choque había perdido la muleta, pero no parecía que aquella carencia le afectara en modo alguno. Por el contrario, su cuerpo contrahecho se había erguido; la deforme cadera ofrecía un aspecto normal. Había crecido varios centímetros y permanecía allí muy erguida, inmóvil, con mirada extasiada, sola sobre el puente de mando, ya que sus compañeros habían tratado de encontrar refugio contra el diluvio en los flancos del carguero.
Finalmente, la Coja se puso en movimiento. El carguero, al carecer de todo control por parte de su estupefacta tripulación, se balanceaba blandamente contra el Gargantúa, su puente de mando sobrepasando ligeramente la parte superior de las cisternas. La Coja se dirigió hacia la balaustrada con paso seguro y, saltándola con impulso decidido, se dejó caer sobre la chapa gris. Corrió hacia una de las mangueras contra incendios que uno de los bomberos improvisados dejara caer en su estupor y que lanzaba un auténtico torrente de agua. Bajándose con igual agilidad milagrosa, la recogió y dirigió el chorro hacia su cadera enderezada, hacia sus piernas, hacia su pecho. Soportó sin la menor vacilación la violencia de aquella catarata, surgió como una forma sobrenatural emergiendo de un torbellino de espuma que dominaba su rostro transfigurado, su mirada ahora ya clavada en la cima del reactor, reflejándose en sus ojos la adoración de una elegida que percibe señales invisibles para el resto de los mortales.
Un estremecimiento recorrió a la multitud de manifestantes que no habían perdido uno solo de sus gestos. Los comandos de choque permanecían boquiabiertos e indecisos. David observaba con mirada feroz y triunfante la actitud lamentable del profesor Havard. Éste, que subiera hacía unos instantes al puente de mando del carguero, atraído por el rumor al punto propagado por todo el barco, de que acababa de producirse un acontecimiento prodigioso, parecía la propia imagen de la derrota, con la indumentaria en desorden y el rostro por el que aún corría el agua semejante a lágrimas de rabia. "



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