La noche (fragmento)Andrés Bosch
La noche (fragmento)

"Lo más curioso era que Bernardo tenía el convencimiento de que todos sus combates eran ejemplares, de maestro. Y alardeaba de ello. Nosotros callábamos y Calder sonreía con su sonrisa de dolor de estómago, que Barba interpretaba como aprobación, y nosotros como lo que en realidad significaba.
Mi vivir no fue satisfactorio durante aquel período. Mis entrenamientos carecían de sentido, ya que era seguro que Calder no me proporcionaría ningún combate. Pero yo había tomado el hábito de ir al gimnasio, y la amistad con Lázaro me atraía. Irrazonablemente yo me portaba como si algún día próximo tuviera que disputar un combate importante. En casa, mi mujer, silenciosa, estaba pendiente de cuanto yo hacía, y parecía preocupada por un posible cambio en mi manera de ser. Recuerdo que, en aquellos días, vi, con mi mujer, una película que trataba de boxeo. La recuerdo muy bien. Explicaba la historia de un boxeador que tenía un hermano cojo y una novia. El boxeador triunfaba, se envanecía, dejaba la novia y se liaba con una mujer más guapa, pero bastante zorra; entonces el hermano cojo se casaba con la novia de su hermano, pero éste, que era un tipo muy vanidoso, iba en busca de su antigua novia y se la quitaba a su hermano. Estando así las cosas, el boxeador peleaba para el campeonato del mundo; el combate le iba muy mal, ya que no hacía otra cosa que recibir golpes tremendos, pero hacia el final, cuando estaba ya casi inconsciente y con el combate perdido, tenía un ataque de coraje y tumbaba a su contrario. Pero era tanta la leña recibida, que en el vestuario se volvía loco y moría acto seguido. En el momento en que le enterraban, el hermano cojo, entristecido, decía que el boxeador había sido un hombre de gran temple, aunque un poco pendejo. Al salir del cine, mi mujer me miró muy fijamente, y yo noté que le bailaba alguna idea dentro de la cabeza. Hice como si no me diese cuenta. Cuando estábamos cerca de casa, ella me preguntó: «¿Te ha gustado la película?» Me lo preguntó para ver qué era lo que yo pensaba. No le contesté. Sin embargo, me pareció que ella respetaba la idea de que yo fuese boxeador.
El mundo del boxeo se había metido dentro de mi cabeza. Y yo no estaba aún dentro de él. Por eso me parecía un recinto cerrado, mágico, en el que yo soñaba estar durante mis momentos de meditación y ensueño, sentado a la puerta de la fábrica con Mateo y Bernardo. Había momentos en que yo me percataba de que si las cosas seguían en el mismo estado, llegaría el día en que tendría que ir a la oficina del patrón para pedirle que volviese a destinarme a la nave. Uno no puede ser boxeador sin boxear. Darme cuenta de esto me sumía en un estado de vergüenza, durante el que percibía, con vista fría, mis actividades de aprendiz de boxeador. Y me sentía ridículo. Estos momentos se alternaban con otros de euforia y ensoñación, durante los que me veía a mí mismo triunfando en los rings y cruzando mi izquierda. "



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