Vindicación de la sociedad natural (fragmento)Edmund Burke
Vindicación de la sociedad natural (fragmento)

"En todas partes del mundo la humanidad, por degradada que esté, conserva aún el sentido del sentimiento; el peso de la tiranía, al final, se vuelve insoportable. Pero el remedio no es tan fácil; en general, el único remedio con el que tratan de curar la tiranía es cambiar al tirano. Ése es y siempre ha sido el caso de la mayoría. En ciertos países, sin embargo, hubo hombres de mayor sagacidad que descubrieron «que vivir según la voluntad de un hombre era la causa de la miseria de todos los hombres». Por tanto, cambiaron su método inicial y reunieron a los hombres en varias sociedades, a los más respetables por su entendimiento y fortuna, y los pusieron a cargo del bienestar público. Así se formó lo que originalmente se conoce como una aristocracia. Esperaban que fuera imposible que ese grupo pudiera unirse en algún designio contra el bien general, y se prometieron una notable porción de seguridad y felicidad en virtud de los consejos unidos de tantas personas capaces y experimentadas. Pero hay abundante experiencia ahora de que la aristocracia y el despotismo difieren sólo en el nombre, y de que ser parte del pueblo, que en general queda excluido de compartir el poder legislativo, equivale para todos los intentos y propósitos a ser esclavo, tanto cuando gobiernan veinte hombres, independientes de él, como cuando domina uno solo. Incluso la tiranía es más perceptible, pues cada uno de los nobles tiene la altivez de un sultán; el pueblo es más miserable, pues parece al borde de la libertad, de la que se ve excluido, y esa falaz idea de libertad, mientras presenta una vana sombra de felicidad al súbdito, aprieta con más fuerza las cadenas de su sumisión. Lo que queda por hacer, por la avaricia y el orgullo natural de los que son elevados por encima de los demás, queda completado por sus sospechas y su temor a perder una autoridad que no tiene apoyo alguno en la utilidad común de la nación. La república genovesa, o la veneciana, son un despotismo oculto, donde encontraréis el mismo orgullo de los gobernantes, la misma mezquina sumisión del pueblo, las mismas máximas sangrientas de una política suspicaz. En un aspecto la aristocracia es peor que el despotismo. Un cuerpo político, mientras retiene su autoridad, no cambia sus máximas; el despotismo, que un día es horrible en grado supremo, por el capricho natural del corazón del hombre, según el mismo capricho ejercido de otra manera puede ser encantador al siguiente; en una sucesión, es posible encontrar algunos buenos príncipes. Si ha habido un Tiberio, un Calígula, un Nerón, ha habido de igual manera los días más serenos de Vespasiano, Tito, Trajano y los Antoninos; pero un cuerpo político no se deja influir por el capricho o antojo; procede de manera regular, su sucesión es insensible y todo hombre que entra en él tiene, o pronto alcanza, el espíritu del cuerpo entero. No se ha conocido nunca que una aristocracia altiva y tiránica en un siglo se volviera apacible y suave en el siguiente. En efecto, el yugo de esa especie de gobierno es tan mortificante que cuando el pueblo ha tenido el menor poder se lo ha sacudido con la mayor indignación y ha establecido una forma popular. Cuando no ha tenido la fuerza suficiente para lograrlo, se ha lanzado a los brazos del despotismo, como el menor de los males. Ése fue el caso de Dinamarca, que se refugió de la opresión de su nobleza en la fuerte sujeción del poder arbitrario. Polonia tiene hoy el nombre de una república, pero su forma es aristocrática; es bien sabido que el dedo menor de este gobierno es más pesado que los lomos del poder arbitrario en la mayoría de las naciones. El pueblo es esclavo no sólo política sino personalmente, y se lo trata con la mayor indignidad. La república de Venecia es algo más moderada; sin embargo, incluso aquí, tan pesado es el yugo aristocrático que los nobles se han visto obligados a enervar el espíritu de sus súbditos con todo tipo de libertinaje; les han negado la libertad de la razón y les han compensado, con lo que el alma mezquina creerá disfrutar de una libertad más valiosa, no sólo al permitirles, sino al animarles a corromperse de la manera más escandalosa. Consideran a sus súbditos como el granjero al cerdo al que atiborra. Le mantiene en su pocilga, pero le permite revolcarse cuanto quiera en su querida porquería y glotonería. No ha de encontrarse en ninguna parte un pueblo tan escandalosamente pervertido como el de Venecia. Altos, bajos, hombres, mujeres, clérigos y laicos, son todos iguales. La nobleza gobernante no tiene menos temor mutuo que del pueblo, y por esa razón enervan políticamente su propio cuerpo con la misma lujuria afeminada con que corrompen a sus súbditos. "


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