La vida secreta de Walter Mitty (fragmento)James Thurber
La vida secreta de Walter Mitty (fragmento)

"Su mujer ya debía haber terminado en el salón de belleza, o tardaría tal vez otros quince minutos, pensó Mitty consultando su reloj, a menos que hubiera tenido dificultades para teñirse como le había ocurrido algunas veces. No le agradaba llegar al hotel antes que él; deseaba que le aguardara allí como de costumbre. Encontró un gran sillón de cuero en el vestíbulo, frente a una ventana, y puso los zapatos de goma y el bizcocho para cachorro en el suelo, a su lado. Tomó un ejemplar atrasado de la revista Liberty y se acomodó en el sillón. “¿Puede Alemania conquistar el mundo por el aire?” Walter Mitty vio las ilustraciones del artículo, que eran de aviones de bombardeo y de calles arruinadas.
“... El cañoneo le ha quitado el conocimiento al joven Raleigh, señor”, dijo el sargento. El capitán Mitty alzó la vista, apartándose de los ojos el pelo alborotado.
“Llévenlo a la cama con los otros dijo con tono de fatiga. Yo volaré solo.”
“Pero no puede usted hacerlo, señor dijo el sargento con ansiedad. Se necesitan dos hombres para manejar ese bombardero y los hunos están sembrando el espacio con proyectiles. La escuadrilla de Von Richtman se encuentra entre este lugar y Saulier”.
“Alguien tiene que llegar a esos depósitos de municiones dijo Mitty. Voy a ir yo. ¿Un trago de coñac?” Sirvió una copa para el sargento y otra para él. La guerra tronaba y aullaba en torno de la cueva protectora y golpeaba la puerta. La madera estaba desbaratándose y las astillas volaban por todas partes dentro del cuarto,
“Una migajita del final”, dijo el capitán Mitty negligentemente.
“El fuego se está aproximando”, dijo el sargento.
“Sólo vivimos una vez, sargento dijo Mitty con su sonrisa lánguida y fugaz. ¿O acaso no es así?” Se sirvió otra copa, que apuró de un trago.
“Nunca había visto a nadie que tomara su coñac como usted, señor dijo el sargento Perdone que lo diga, señor. “ El capitán Mitty se puso de pie y fijó la correa de su automática Webley Vickers.
“Son cuarenta kilómetros a través de un verdadero infierno, señor”, dijo el sargento. Mitty tomó su último coñac.
“Después de todo dijo, ¿dónde no hay infierno?” El rugido de los cañones aumentó; se oía también el rattattat de las ametralladoras, y desde un lugar distante llegaba ya el paquetápaquetápaquetá de los nuevos lanzallamas. Walter Mitty llegó a la puerta del refugio protector tarareando Auprés de Ma Blonde. Se volvió para despedirse del sargento con un ademán, diciéndole: “¡Animo, sargento...!”
Sintió que le tocaban un hombro. “Te he estado buscando por todo el hotel dijo la señora Mitty ¿Por qué se te ocurrió esconderte en este viejo sillón? ¿Cómo esperabas que pudiera dar contigo?”
“Las cosas empeoran”, dijo Mitty con voz vaga.
“¿Qué?”, exclamó la señora Mitty. “¿Conseguiste lo que te encargué? ¿Los bizcochos para el cachorro? ¿Qué hay en esa caja?”
“Los zapatos de goma”, dijo Mitty.
“¿No pudiste habértelos puesto en la zapatería?”
“Estaba pensando dijo Walter Mitty. ¿No se te ha llegado a ocurrir que yo también pienso a veces?” Ella se le quedó mirando.
“Lo que voy a hacer es tomarte la temperatura tan pronto como lleguemos a casa”, dijo. Salieron por la puerta giratoria, que produce un chirrido débilmente burlón cuando se la empuja. Había que caminar dos calles hasta el parque. En la droguería de la esquina le dijo ella:
“Espérame aquí. Olvidé algo. Tardaré apenas un minuto”. Pero tardó más de un minuto. Walter Mitty encendió un cigarrillo. Comenzó a llover y el agua estaba mezclada con granizo. Se apoyó en la pared de la droguería, fumando. Apoyó los hombros y juntó los talones.
“¡Al diablo con el pañuelo!”, dijo Walter Mitty con tono desdeñoso. Dio una última fumada y arrojó lejos el cigarrillo. Entonces, con esa sonrisa leve y fugaz jugueteando en sus labios, se enfrentó al pelotón de fusilamiento; erguido e inmóvil, altivo y desdeñoso, Walter Mitty, el Invencible, inescrutable hasta el fin. "



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