Flor de Leyendas (fragmento)Alejandro Casona
Flor de Leyendas (fragmento)

"Al morir el príncipe de Brabante dejó dos hijos: la princesa Elsa, adolescente, y el pequeño Godofredo, bajo la tutela de su pariente el conde Federico.
Juntos jugaban los dos hermanos en el bosque. Elsa, silenciosa, con los ojos fijos en el mar; soñaba con el día feliz en que conocería el amor, y se lo imaginaba en figura de un rubio caballero, armado de brillantes armas y avanzando por el mar en una barca tirada por un cisne. De este modo Elsa solía dar rienda suelta a su fantasía; y permanecía largas horas callada, sentada sobre la yerba, y con los ojos fijos en el mar por donde el misterioso caballero había de aparecer con su barca de encanto.
Un día la sorprendió así la noche en el bosque, entregada a sus sueños, y sin darse cuenta hasta que se vio envuelta en sombras. Llamó a su hermano, que jugaba a su lado, para volver al castillo; pero el niño no contestó a su llamada. Inútilmente le buscó y le llamó a gritos, corriendo todo el bosque. El niño había desaparecido, y fueron vanos cuantos esfuerzos y pesquisas se realizaron por todo el país para hallar su paradero.
El conde Federico lloró la muerte del niño, y compadecía en su corazón a la pobre Elsa, que desde aquel día vivía sumida en constante dolor y encerrada en silencio, apartada de las gentes.
Pero Federico estaba casado con una perversa hechicera, llamada Ortrudis, la cual empezó a sembrar la más amarga duda en su pecho, diciéndole que la princesa Elsa había arrojado al mar a su hermano para heredar ella sola el trono de Brabante. Mucho esfuerzo costaba al conde dar crédito a tan horrenda acusación; pero Ortrudis amontonaba sospechas contra la doncella un día y otro día, haciéndola objeto de las más viles calumnias, hasta que consiguió llevar el odio al corazón de su esposo, el cual decidió acusar públicamente a la princesa Elsa de la muerte de su hermano.
En una ancha pradera, a orillas del río Escalda, frente al mar, está sentado el rey Enrique de Alemania bajo la frondosa encina a cuya sombra se administra justicia. A su lado, los condes y los nobles feudatarios, y enfrente, agolpado en semicírculo, el pueblo brabanzón.
Ante el rey, ceñudo y lleno de ira, habla el conde Federico. A su izquierda, rodeada por sus doncellas, vestida de blanco y con los ojos inmóviles llenos de lágrimas, la princesa Elsa escucha su acusación.
Escucha mi querella, rey Enrique, y que el cielo guíe la espada de tu justicia —dijo Federico—. Yo acuso ante ti y ante el pueblo a esta mujer de la muerte de su hermano el príncipe Godofredo. Juntos fueron al bosque, y bien entrada la noche volvió sola a mi casa, pálida y espantada, diciéndome que el niño había desaparecido. Ninguna razón puede alegar el pro de su inocencia; su palidez, su trastorno y los crueles remordimientos que desde entonces la atormentan acusan su crimen. Con la muerte de Godofredo ella hereda por ley el dominio de este país, tu feudatario. ¡En nombre del pueblo pido justicia contra Elsa de Brabante, la fratricida!
Estas palabras llenan de doloroso asombro al pueblo brabanzón, que se agita como un oleaje en torno a la encina de los juicios.
Elsa, muda y blanca, parece no darse cuanta de nada, con los ojos perdidos en el mar. "



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