La casa solariega (fragmento)Henryk Sienkiewicz
La casa solariega (fragmento)

"Ocho días después del regreso de los esposos Polaniecki, los señores Masko les fueron a visitar. La señora Masko, vestida con traje de seda gris, parecía más graciosa que nunca. La inflamación de los ojos, que la molestaba cuando era niña aún, había desaparecido por completo; sólo la expresión de su semblante no había cambiado.
Masko parecía dichoso y contento de sí mismo y de su esposa; jamás se había sentido tan dichoso como ahora, y todas sus miradas denunciaban el amor que profesaba a su mujer.
Por lo demás, difícilmente habría hallado otra mujer que reuniera, como aquélla, todas las condiciones deseadas por él, sobre el gusto, el aspecto y la manera de conducirse en sociedad. Su aire tranquilo, las maneras distinguidas que empleaba hasta cuando se hallaban a solas, le habían subyugado a él; verdadero parvenú, sentíase altamente honrado con poseer una princesa semejante. Cuando Marina le preguntó dónde había pasado la luna de miel, la señora Masko respondió con dignidad:
—En las posesiones de mi marido.
—¿Le gusta el campo?
—Mamá prefiere la vida del campo a cualquier otra —respondió la señora Masko.
—¿Y le ha gustado a usted Kerzemien?
—Sí, y mi marido tiene intención de reconstruirlo.
Marina suspiró involuntariamente y sintió una especie de desahogo cuando la conversación tomó otro giro y se empezó a hablar de las relaciones que le eran comunes.
La señora Masko conocía perfectamente a la señora Osnovski por haber tomado lecciones de baile con ésta y con una prima suya, una tal Lineta Castelli.
Entretanto, los maridos estaban sentados en una habitación inmediata y hablaban del testamento de la señora Ploszovski.
—Debo confesarte —decía Masko—, que ahora puedo respirar al fin. Hacía mucho tiempo que no se me presentaba una ocasión como ésta. Aquí se trata de millones. Ploszovski era aún más rico que su tía: él había dejado su fortuna a la señora Kromicki; pero no habiendo aceptado ésta la herencia, todo fue a parar a manos de la vieja señora Ploszovski. ¿Comprendes ahora cuán colosal es la fortuna que intentamos recuperar?
—Bigiel la ha evaluado en unos setecientos mil rublos.
—Dile a Bigiel que a lo menos será doble. ¿Sabes a quién debo el que mi buena estrella haya vuelto a resplandecer? Pues a ¡tu suegro: él fue el primero que me habló del testamento. Al principio rehusé; pero luego, cuando me vi tan apurado, reflexioné sobre ello y le hice sacar una copia del testamento por el notario Viszoinski; y a la primera ojeada observé que había en él no pocos defectos de forma. Antes de que transcurrieran ocho días, los herederos me concedieron plenos poderes y se entabló el pleito. ¿Y sabes lo que pasó? Se supo la cuantiosa recompensa que debía recibir en el caso de que se ganara el pleito; la gente recobró su antigua confianza en mí; mis acreedores declararon que esperarían hasta la terminación del litigio, reconquisté todo mi perdido crédito y me he salvado. "



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