La señorita Else (fragmento)Arthur Schnitzler
La señorita Else (fragmento)

"Y sigo andando: ¿a dónde voy ahora? ¿Qué pasa conmigo? Ya la oscuridad es casi completa. Qué belleza y qué tranquilidad. Ni un sólo ser humano hasta donde alcanza la vista. Ahora ya todo el mundo está sentado a la mesa: el diner. ¿Telepatía? No, esto no es ninguna telepatía, falta mucho para que lo sea... Pues, hace un momento, escuché el gong. ¿Dónde está Elsa?, se preguntará Paul. Si no llego cuando sirvan los fiambres, les llamara la atención a todos. Mandarán arriba, a mi habitación, a ver qué sucede. ¿Qué le sucede a Elsa? Ella siempre es tan puntual, ¿verdad? También los dos señores junto a la ventana pensarán: ¿dónde está hoy esa hermosa muchacha de pelo rojizo? Y el señor von Dorsday se asustará. Es cobarde, sin duda. Tranquilícese usted, señor von Dorsday, que a usted no le pasará nada: porque lo desprecio demasiado. Si yo quisiera, sería usted hombre muerto mañana a la noche. Estoy convencida de que Paul lo retaría a duelo si le contará el asunto. Le perdono la vida, señor von Dorsday.
Qué inmensos los prados, y qué negrura tremenda la de las montañas Casi ninguna estrella. Sí, algunas, sin embargo... tres, cuatro... ya se multiplican. Y el bosque a mis espaldas, tan silencioso. ¡Qué agradable quedarse aquí sentada, en este banco, junto al margen del bosque! El hotel... tan lejos, tan lejos, y tan feéricas sus luces, desde aquí. Y qué canallas hay en él. Oh, no: hombres, pobres seres humanos; me dan lástima todos ellos. También la marchesa me da lástima, no sé por qué; y la señora Winawer; y la institutriz de la niñita de Cissy. Ella no se sienta a la table d'hôtes: ya ha cenado antes, con Fritzi. ¿Qué le pasará a Elsa?, pregunta Cissy. ¿Cómo, no está tampoco en su cuarto? Ahora con seguridad ya todos temen por mí. Cínicamente yo no temo nada. Sí, aquí estoy, pues, en Martino di Castrozza, sentada sobre un banco en el linde del bosque, y el aire es como champaña, y casi me parece que estoy llorando. Pues, ¿por qué estoy llorando? No hay razón alguna para llorar. Son los nervios. Tengo que dominarme. No debo abandonarme así. Pero el llanto no es desagradable. El llanto siempre me hace bien. Cuando visité a nuestra vieja institutriz francesa, en el hospital, la que después murió, también lloré. Y durante el sepelio de abuelito, y cuando Berta partió para Nuremberg, y cuando murió el bebé de Agathe, y en el teatro, cuando dieron La dama de las camelias, lloré también. ¿Quién llorará cuanto esté muerta? Oh ¡qué bello sería estar muerta! Estar de cuerpo presente en el salón, con los cirios de la capilla ardiente encendidos. Altos cirios. Doce altos cirios. Y abajo ya aguarda el fúnebre. Delante de la puerta de casa se aglomera la gente. ¿Cuántos años tenía? Diecinueve nada más. ¿De veras que sólo diecinueve...? Imagínese usted su papá está en la cárcel. ¿Y por qué se suicidó? Por un amor desdichado; se enamoró de un filou. Pero no, ¿cómo se le ocurre? La verdad es que estaba por tener un bebé. No, señor, se despeñó desde lo alto del Cimone. Es un accidente... Buenos días, señor Dorsday: ¿también usted viene a acompañar a la pequeña Elsa a su última morada? Pequeña Elsa, dice esa vieja... ¿Cómo? Pues, claro que tengo que acompañarla. Tengo que rendirle este último honor. Puesto que también le he rendido el primer ultraje. Oh, valía la pena, señora Winawer: jamás había visto un cuerpo tan hermoso. Y sólo me costó treinta millones. Un Rubens cuesta tres veces más. Se envenenó con haschisch. Sólo ansiaba bellas visiones; pero tomó demasiado, y luego ya no despertó. ¿Y por qué lleva, el señor Dorsday, un monóculo rojo? ¿Y a quién le está haciendo señas con el pañuelo? Mamá baja por la escalera; y ahora le besa la mano. ¡Qué asco, qué asco! Están cuchicheando. Yo no puedo comprender nada, porque estoy amortajada, en el catafalco. La corona de violetas que ciñe mi frente es de Paul. Las cintas descienden hasta el suelo. Nadie se atreve a entrar. Será mejor que me levante y me ponga a mirar por la ventana. ¡Qué lago tan grande y azul! Cien barcas con velas amarillas... ¡Cómo resplandecen las olas! Tanto sol. Una regata. Todos los señores tienen camiseta de remo; las damas están en traje de baño. Esto es indecente. Se imaginan que estoy desnuda. Qué tontos son. Yo no tengo puesta mi ropa de luto, porque estoy muerta. Se lo demostraré a ustedes. Volveré a acostarme inmediatamente sobre el catafalco. ¿Dónde está el catafalco? Se fue. Se lo llevaron. Lo desfalcaron. Por ese desfalco papá está en la cárcel. Y sin embargo, lo absolvieron por tres años. Los jurados han sido todos sobornados por Fiala. Pues ahora iré al cementerio a pie; así mamá se ahorrará los gastos del entierro. Tenemos que reducir gastos. Estoy caminando tan de prisa que nadie puede seguirme. Oh, ¡qué de prisa puedo caminar! Y todo el mundo se para en las calles y queda admirado. ¡Cómo se puede mirar así a una persona que está muerta! Es una impertinencia. Será mejor que tome a campo traviesa; el campo está todo azul, de tantas nomeolvides y violetas. Los oficiales de la marina están formando una calle de dos filas. Buenos días, señores. ¡Franquead la entrada, señor espada! ¿No me reconocéis? Pues yo soy la muerta... No por eso tiene que besarme usted la mano... ¿En dónde está mi tumba? ¿También la desfalcaron? Esto, gracias a Dios, no es en verdad el cementerio. ¡Esto es el parque de Menton! Papá se pondrá contento al saber que no estoy enterrada. Yo no les tengo miedo a las víboras. Con tal que ninguna me muerda, en el pie. "



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