El destino Del Barón Von Leisenbohg (fragmento)Arthur Schnitzler
El destino Del Barón Von Leisenbohg (fragmento)

"No lejos de Bolzano, a una altura moderada, como perdida en el bosque y apenas visible desde la carretera, se encuentra la pequeña propiedad del barón Von Schottenegg. Un amigo que desde hace diez años vive en Merano, donde trabaja como médico, y al que volví a encontrar allí en otoño, fue quien me presentó al barón, quien por entonces tenía cincuenta años y era un diletante en varias artes. Componía algunas piezas, era hábil tocando el violín y el piano, y tampoco se le daba mal dibujar. Pero a lo que más seriamente se había dedicado desde época temprana era al teatro. Decían que de joven y bajo un nombre supuesto anduvo un par de años vagabundeando por pequeños escenarios del imperio. Bien por la constante oposición del padre, bien porque su talento fuera insuficiente o bien por falta de oportunidades, el caso es que el barón había renunciado a aquella carrera lo suficientemente pronto como para poder entrar aún y sin demasiado retraso en la administración pública y seguir la profesión de sus antecesores, que durante dos décadas desempeñó fielmente, aunque sin entusiasmo. Pero cuando con más de cuarenta años, justo después de la muerte de su padre, abandonó el cargo, se demostró con qué pasión seguía apegado al objeto de sus sueños juveniles. Mandó acondicionar la villa situada en la ladera del Guntschnaberg y allí reunió, en especial durante las temporadas de verano y otoño, a un círculo cada vez mayor de damas y caballeros que se prestaban fácilmente como actores o para escenificar cuadros vivientes. Su mujer, que procedía de una vieja familia burguesa del Tirol y no mostraba verdadera simpatía por las cuestiones artísticas, aunque era inteligente y trataba a su marido con una cariñosa camaradería, contemplaba su afición con cierto desdén, si bien le trataba de manera tanto más complaciente cuanto que el interés del barón favorecía sus propias inclinaciones sociales. El grupo que uno podía encontrarse en el castillo no resultaría lo suficientemente escogido a los ojos de los críticos más severos. Sin embargo, los invitados que por nacimiento y educación eran proclives a mostrar prejuicios de clase no se escandalizaban frente a la desenvoltura que reinaba en aquel círculo, que a través del arte que allí se practicaba parecía suficientemente justificada. Por lo demás, el buen nombre y la reputación de la pareja anfitriona alejaban cualquier posible sospecha de que allí las costumbres pudieran ser licenciosas. Entre otros muchos, de los cuales ya no me acuerdo, encontré en el castillo a un joven conde que era jefe del distrito de Innsbruck; a un oficial de cazadores de Riva; a un capitán del Estado Mayor con su mujer y su hija; a una cantante de ópera de Berlín; a un fabricante de licores de Bolzano con sus dos hijos; al barón Meudolt, que acababa de llegar de un viaje alrededor del mundo; a un actor del Teatro Imperial jubilado, originario de Bückeburg; a una condesa viuda llamada Saima, que de muy joven había sido actriz, y a su hija, así como al pintor danés Petersen.
En el castillo propiamente dicho vivían sólo unos pocos invitados. Algunos se hospedaban en Bolzano. Otros, en una modesta pensión que se encontraba abajo, en el cruce de caminos, de donde partía una senda más estrecha que conducía hasta la propiedad. Pero la mayor parte de las veces todo el grupo se reunía allá arriba en las primeras horas de la tarde, haciendo ensayos hasta bien entrada la noche, en ocasiones bajo la dirección del que en otro tiempo fuera actor del Teatro Imperial y de cuando en cuando bajo la del barón, que nunca actuaba. Al principio entre bromas y risas, y poco a poco cada vez con mayor seriedad, hasta que se acercaba el día de la representación. Y dependiendo del clima, del humor, de los preparativos, teniendo en cuenta en la medida de lo posible el escenario en el que se desarrollaba la acción, el estreno tenía lugar bien en la explanada que lindaba con el bosque y se encontraba detrás del jardín del castillo o bien en la sala de la planta baja, en la que se abrían tres grandes ventanales en arco. "



El Poder de la Palabra
epdlp.com