El cazador en el desierto del Sansara (fragmento)Simon Navagaththegama
El cazador en el desierto del Sansara (fragmento)

"Hace ya mucho tiempo, a dieciséis leguas de distancia de nuestra aldea, Navagaththegama, vivía el cazador, en una zona llamada Mullegama Galkanda. El cazador vivía en la cercanía de la roca de Mullegama y en la selva circundante. La impenetrable senda entre nuestro pueblo y el camino de Thammannar-Anuradhapura estaba cubierto por la espesura selvática. Independientemente de su vasta longitud y grosor, el desierto se hallaba muy cerca de Mullegama Galkanda, que como he dicho se encontraba a unas dieciséis leguas de nuestra villa, por ello es relevante para nuestra historia, porque allí transcurrían los días del cazador.
El cazador vivía allí desde que existía la selva. Primeramente, la civilización fue reducida por la selva, pero ésta sufrió a cambio la acuciante tala de árboles. Alrededor de la formación rocosa, entre las cuevas, había sido alzado un santuario que fue testigo de la invasión selvática y de su languidez. Hamduruwo residía en este templo. El cazador estaba allí para protegerlo y la jungla salvaguardaba a ambos, al cazador y al monje. El cazador cuidaba de la selva. La selva sobreviviría mientras el aliento insuflara vida al cazador. Su muerte significaría el fin para la selva y para las criaturas que anidaban en ella. El cazador no se dedicaba siempre a la caza. Únicamente tras hacerse con una pistola se dedicó a esa tarea de supervivencia (más adelante me referiré a la historia de la pistola). Antes de convertirse en cazador su nombre era Golu Puncha. Algunos incluso lo llamaban Walas Puncha a causa de las cicatrices esbozadas en su rostro por un osezno que había criado como si fuera un animal doméstico. A pesar del apelativo Puncha, de ninguna manera se trataba de un hombre de baja estatura. Puncha de siete pies de altura, de tez oscura y una sólida complexión muscular que le daba el fiero aspecto de un gorila era como un niño en presencia de Hamuduruwo. Como de costumbre, Hamuduruwo meditaba en las horas previas al amanecer. Abandonaba la cueva en la madrugada y encaminaba sus pasos hacia el árbol de Esatu, adoptando bajo el mismo la postura del loto y vaciando sus pensamientos hasta que los primeros rayos del sol fluían a través del canto de los pájaros que envolvía los alrededores, acariciando suavemente el rostro de Hamuduruwo, que abría los ojos a un mundo maravilloso. "



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