La puerta en el muro (fragmento)H. G. Wells
La puerta en el muro (fragmento)

"He estado enamorado dos veces; no haré demasiado hincapié en ello, pero en una ocasión, cuando me dirigía a ver a una persona que no esperaba que yo osara acudir, tomé un atajo al azar por una calle poco concurrida, próxima a Earl’s Court, y me encontré un muro blanco y una puerta verde que me eran familiares. “¡Qué extraño!”, me dije, “creía que este lugar estaba en Campden Hill. Es un lugar imposible de encontrar, tan imposible como contar las piedras de Stonehenge, el escenario de mi extraña fantasía”. Pero lo dejé atrás, abstraído en mi propósito. Aquella tarde no me apeteció entrar.
»Sentí un breve impulso de abrir la puerta, sólo tenía que dar tres pasos, a lo sumo. Sin embargo, en lo más profundo sabía que se abriría y luego pensé que si lo hacía quizá llegaría tarde a la cita en la que estaba en juego mi honor. Más tarde me arrepentí de haber sido tan puntual. Cuando menos, podía haberme asomado y saludar a las panteras, pero entonces sabía ya muy bien que no debía volver a buscar tardíamente aquello que había encontrado sin buscarlo. Lamenté mucho lo ocurrido aquella tarde…
»Pasé años trabajando sin volver a ver la puerta. No volvió a aparecer hasta hace poco. Y al suceder, me invadió una extraña sensación, como si algo hubiera empañado el mundo. Empecé a pensar con pesadumbre y amargura que tal vez no volvería a verla. Quizás el exceso de trabajo me estaba afectando, quizá fuera lo que ocurre cuando uno se aproxima a los cuarenta. No lo sé. Pero lo cierto es que aquel vivo esplendor que hace fácil cualquier tarea ardua me ha abandonado recientemente, y justo en un momento en que, con tantos nuevos acontecimientos políticos, debería estar trabajando. Es extraño, ¿verdad? Pero es cierto que la vida se me hace cada vez más dura, y las recompensas se me hacen cada vez más baladíes. Hace muy poco, he vuelto a anhelar con fervor el jardín. Sí, y lo he visto tres veces.
[...]
Habíamos cenado en Frobisher’s, y la conversación fue adquiriendo un cariz cada vez más personal. El asunto de mi cargo en el ministerio reconstituido había sido un tema latente durante la cena. Sí, sí. Ya está todo decidido. Aún no tendría que hablarte de esto, pero no hay por qué ocultártelo… Sí, ¡gracias! ¡Gracias! Pero permíteme seguir con la historia.
»Aquella noche, todo era aún muy incierto. Yo estaba en una posición muy delicada. Estaba deseando que Gurker concretara algo, pero la presencia de Ralphs me incomodaba. Hacía tanto cuanto podía por no encauzar demasiado abiertamente aquella conversación ligera y despreocupada al terreno que me incumbía. Era necesario. Desde entonces la actitud de Ralphs ha justificado de sobra mi prudencia. Yo sabía que Ralphs nos dejaría justo pasada la calle principal de Kensington, de manera que entonces podría sorprender a Gurker con una franqueza inesperada. A veces, uno debe recurrir a estas pequeñas tácticas… Fue en aquel momento cuando vi, en el límite de mi campo visual, una vez más, el muro blanco y la puerta verde, allí, ante nosotros, al final de la calle.
»Pasamos por delante sin dejar de hablar. Pasamos de largo. Aún veo la sombra del marcado perfil de Gurker, el sombrero de copa inclinado sobre una nariz prominente, los distintos pliegues de la bufanda delante de mi sombra y la de Ralphs al pasar.
»Estuve a medio metro de la puerta.
»“Si me despido y entro”, pensé, “¿qué pasará?”. Sin embargo, me concomía la necesidad de hablar con Gurker.
»La obcecación por los demás problemas no me permitió averiguar la respuesta. “Creerán que estoy loco”, pensé. “Supongamos que desapareciera ahora. ¡Asombrosa desaparición de un destacado político!”. Consideré que aquello era importante. ¡Ante aquel dilema, di más importancia a miles de mundanerías insignificantes! "



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