Coronación (fragmento)José Donoso
Coronación (fragmento)

"El pájaro pronto se cansó de sobrevolarlos. Hacia el poniente el crepúsculo no tardaría en tostar la frescura azul del aire, y René y la Dora no eran, seguramente, la única pareja que aprovechaba el otoño extraordinario para amarse al aire libre. Voló entonces hacia el cerro, circulando largo rato sobre él, el mapa aéreo de la ciudad dorándose ya en las cuentas minúsculas de sus ojos. Abajo, la infinidad de parejas que habían acudido al cerro desde barrios distintos tras errar por calles y parques dominicales, aguardaban, ya cansadas, que el frío de la tarde quebrara por fin el equilibrio del aire, indicándoles la hora de partir. El pájaro planeó a menos altura sobre las parejas yacentes, como si deseara inspeccionarlas para elegir, volando por último sobre cierta pareja abrazada entre los matorrales de una ladera vertida al poniente. Ellos se desprendieron dulcemente, lentamente de su abrazo, como si temieran dañarse al hacerlo, y permanecieron tranquilos, recostados uno junto al otro en la luz soslayada que caía minuciosamente entre las briznas de hierba.
—Mira… —susurró Estela a Mario, señalando el pájaro que circulaba una y otra vez sobre ellos.
Mudos, continuaron contemplando el poniente de casas bajas ordenadas en patios amplios o míseros, donde palmeras casuales eran como viejísimos surtidores que aún manaban, desde épocas pretéritas en que la ciudad era diferente y sin embargo idéntica.
Estela cerró los ojos lentamente. Pero esta vez no se cerraron bajo la antigua desconfianza que a menudo los mantenía clavados en sus pies, sino que se cerraron porque sabían que nada más iban a ver que acrecentara su dicha. Un gran viento benévolo parecía haber despejado su rostro joven, donde los labios, amoratados aún con el amor, guardaban insinuaciones de sonrisa en las comisuras. Éstas se recalcaron cuando Mario, al moverse a su lado para esquivar un terrón incómodo, hizo más íntimo el contacto de sus cuerpos tendidos. Y ocultos bajo pestañas todavía húmedas, los ojos de la muchacha revisaron el recuerdo entero del día, como acariciándolo.
Lourdes se había puesto muy seria cuando su sobrina le pidió permiso para ir al zoológico del cerro, algo agraviada porque la muchacha no era capaz de contener su curiosidad hasta que ella se sintiera mejor de sus várices para acompañarla. "



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