Jacques el fatalista (fragmento)Denis Diderot
Jacques el fatalista (fragmento)

"Tenía Gousse una linda fámula, que le hacía las veces de mujer propia más que su legítima esposa y esa desigual situación compartida había turbado la paz doméstica. Por más que aquel hombre fuese el menos dado del mundo a atormentarse ni hiciera el menor caso de los cotilleos, tomó el partido de abandonar a su mujer y vivir con la criada. Pero toda su fortuna consistía en muebles, máquinas, dibujos, herramientas y otros bienes mobiliarios, y más hubiera deseado dejar a su mujer desnuda que marcharse con las manos vacías, así es que concibió el siguiente plan: extender unas letras de pago a la sirvienta, la cual demandaría por el impago y obtendría el embargo y la venta de los enseres, que pasarían así del Puente Saint-Michel, a otra casa donde Gousse se proponía ir a vivir con ella. Encantado con su idea, firma las letras, se denuncia, nombra dos procuradores, y ahí le tenemos de casa del uno a la del otro, demandándose a sí mismo con todo el ardor posible, atacándose con habilidad, defendiéndose con torpeza, hasta que lo condenaron a pagar según las penas que señala la ley, y ya se veía sacando de su casa cuanto en ella hubiera. Pero no ocurrió exactamente así, pues no sabía él que se las jugaba con una bribona muy ladina que, en vez de pedir la ejecución sobre los bienes, le atacó a él en persona y logró que lo prendieran y lo encerraran. De tal suerte se sucedió el negocio, que por disparatadas que pareciesen las respuestas enigmáticas que aquel hombre me dio, no dejaban de ser veraces.
Y en tanto que yo os contaba esta historia que tomaréis por un cuento... «¿Y la del hombre aquel en librea que tocaba el contrabajo?» Os la prometo, lector, por mi honor que no os la perderéis, pero permitid que vuelva a Jacques y su amo. Jacques y su amo habían llegado al lugar donde iban a pasar la noche. Era hora tardía, la puerta de la villa estaba cerrada y se vieron obligados a quedarse en los arrabales. En esto, oigo un gran alboroto y... «¿Vos oís un alboroto? ¡Pero no estabais allí, no se trata de vos!» Verdad es. Bueno pues, Jacques, su amo... el caso es que se oye un jaleo tremendo y que veo a dos hombres... «No, vos no veis nada: no se trata de vos pues que no estabais.» Es cierto. Había dos hombres charlando tranquilamente sentados a la mesa, junto a la puerta de la habitación que ambos ocupaban, y una mujer, puesta en jarras, les vomitaba un torrente de improperios. Jacques intentó aplacar a la furibunda mujer, que no prestaba a esas pacíficas reconvenciones más atención que los dos personajes a las invectivas que ella les dirigía:
—Vamos, vamos, buena mujer, tened paciencia, sosegaos. ¿De qué se trata? Estos caballeros me parecen ser honrados ciudadanos.
—¿Honrados hombres éstos? Son unos brutos, unos hombres despiadados, inhumanos, sin sentimientos. ¡Ay! ¿Qué mal les hacía esta pobre Nicole para así maltratarla? Puede que le cueste quedar lisiada para toda su vida.
—O puede que no haya tanto daño como vos imagináis.
—El golpe ha sido espantoso, os digo, se va a quedar lisiada.
—Hay que ver eso, hay que mandar a buscar un cirujano.
—Ya han ido.
—Conviene acostarla.
—Ya está en la cama y da unos gritos que parten el corazón. ¡Ay mi pobre Nicole!. "



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