A través del desierto y de la selva (fragmento) "Pero ninguno de los muchachos estaba en disposición de dormir. Estasio había conseguido con gran trabajo que Nel comiera dos bocados de carne, y ahora no quería irse a descansar; en cambio, demostraba tener una sed tan abrasadora, que el muchacho llegó a temer que tuviera fiebre. Le tomó sus manos entre las suyas y se tranquilizó en seguida al notar que estaban frías, y le rogó de nuevo que se fuera a dormir. La arropó lo mejor que pudo entre las mantas de viaje, en el interior de su pabellón, y, después de examinar la hierba por si había algún escorpión entre ella, volvió a salir y se sentó en una pequeña roca, fusil en mano, para defender a su hermanita de las fieras, en caso de que los asaltaran y el fuego no bastara para detenerlas. Pero, en realidad, estaba el pobre tan agotado que casi no se daba cuenta de lo que sucedía en torno suyo. Recordaba vagamente lo ocurrido aquel día: la muerte de Gebhr y de los beduinos, la de Kamis y el león, el logro de la ansiada libertad, con una leve satisfacción por ello, pero mezclada con un sentimiento de horror y de angustia tan grandes, que el corazón le pesaba dentro del pecho como una losa de piedra. Rendido, aniquilado como estaba, sus ideas comenzaron a barajarse y confundirse; contempló largo rato como hipnotizado los murciélagos que revoloteaban en torno de la llama, hasta que empezó a dar cabezadas y al final se quedó dormido. Kali estaba también medio adormecido, pero no tanto que se descuidara de avivar el fuego de cuando en cuando. Iba ya muy avanzada la noche, y, lo que raras veces ocurre en los trópicos, aquélla era en extremo silenciosa. No la turbaba más que el crepitar de la leña al arder y el chisporrotear de la hoguera, cuya llama esparcía su luz sobre las rocas circundantes. Y aunque la luna no iluminaba el fondo del barranco, en el cielo centelleaban enjambres de estrellas que Estasio jamás había visto. De pronto sintió un frío tan intenso que se despertó y empezó a preocuparse temiendo que Nel se pudiera constipar, pero al recordar que la había dejado bien abrigadita, su inquietud se trocó en alegría, pues el frío era indicio de que se habían elevado mucho sobre el nivel del mar y no era de temer que los atacaran las fiebres. Este pensamiento le devolvió un poco de ánimo, se levantó, se acercó al pabellón donde la niña descansaba y se puso a escuchar a través de la cortina si dormía tranquila, y al oír que su respiración era normal volvióse junto al fuego y, sentándose otra vez, se quedó dormido. Pero a los pocos instantes se despertó sobresaltado por los gruñidos de Saba, que estaba tendido a sus pies. Kali se levantó también con el mismo sobresalto, y, sin apartar los ojos del mastín, amo y criado observaron la inquietud con que el animal, estirado como una tabla, las orejas tiesas, la melena erizada y olfateando hacia el sendero por donde habían venido, gruñía sordamente. El negro, presa de gran azoramiento, cogió los haces de leña que había amontonado y los arrojó a la hoguera. —¡El fusil, señor, el fusil! —exclamó aterrado. Estasio preparó el arma inmediatamente, y, separándose del fuego para ver mejor, miró hacia el fondo del barranco. Los sordos gruñidos de Saba fueron convirtiéndose en secos y entrecortados ladridos, y, aunque al pronto nada se percibía, no pasaron muchos segundos sin que a los oídos de Estasio y de Kali llegaran los ecos de una especie de trote, confusos al principio, pero que, acentuándose más y más, no dejaron duda de que alguna fiera se acercaba corriendo hacia donde ellos estaban. En medio de aquella terrible angustia, a Estasio se le ocurrió lo peor; pensó que el animal que los perseguía podía ser algún rinoceronte o búfalo, los únicos que no retroceden ni ante el fuego ni ante impedimento alguno, por lo cual, si los disparos no lograban hacerlos retroceder, estaban irremisiblemente perdidos. " epdlp.com |