La dama errante (fragmento)Pío Baroja
La dama errante (fragmento)

"Tres días después de enviada la carta, los periódicos trajeron una noticia sensacional: la muerte de Brull. Una mañana al amanecer se oyeron dos tiros en una casa de la calle de San Mateo. El sereno y los guardias de servicio llamaron en la casa en donde se habían oído las detonaciones, despertaron a la portera y reconocieron todos los cuartos. Ya se iban a marchar, cuando uno de ellos vio que por debajo de la puerta de una guardilla deshabitada salía un reguero de sangre. Descerrajada la puerta, los guardias encontraron el cuerpo de Nilo Brull, que acababa de expirar. El anarquista se había suicidado. Junto a él, en un cuaderno escrito con lápiz, encontraron los guardias una carta de despedida del anarquista que publicaron y comentaron los periódicos.
Decía así:
A los españoles.
Momentos antes de morir, frío, tranquilo, con el convencimiento de mi superioridad sobre vosotros, quiero hablaros.
Durante toda mi vida, la sociedad me ha perseguido, me ha acorralado como a una fiera. Siendo el mejor, he sido considerado como el peor; siendo el primero, se me ha considerado como el último.
Diría los motivos de mi Gran Obra de Altruismo si los españoles pudieran comprenderme; pero tengo la seguridad de que no me comprenderán, de que no pueden comprenderme. Los esclavos no se explican al rebelde, y vosotros sois esclavos, esclavos todos, hasta los que se creen emancipados. Unos del rey, otros de la moral, otros de Dios, otros del uniforme, otros de la ciencia, otros de Kant o de Velázquez.
Todo es esclavitud y miseria.
Yo sólo soy rebelde, soy el Rebelde por excelencia. Mi rebeldía no procede de esas concepciones necias y vulgares de los Reclus y de los Kropotkin.
Yo voy más lejos, más lejos que las ideas.
Yo estoy por encima de la justicia. Mi plan no es más que este: empujar el mundo hacia el caos.
He realizado mi Gran Obra solo. Quizás no lo crean los imbéciles que suponen que los atentados anarquistas se realizan por complot.
Sí; he estado solo, solo frente al destino.
Si hubiese tenido necesidad de un cómplice, no hubiera llegado al fin. En España no hay un hombre con bastante corazón para secundarme a mí. No hay dos como yo. Yo soy un león metido en un corral de gallinas.
Hubiese escrito con gusto un estudio acerca de la psicología del anarquista de acción para dedicárselo a la Sociedad de Psicología de París, basándome en observaciones mías interesantísimas, pero no hay tiempo.
Durante estos últimos meses tenía la idea vaga de llevar a cabo mi Gran Obra. Cuando me convencí de la necesidad de ejecutarla, mis vacilaciones desaparecieron y viví tranquilo estudiando el momento y la manera de conducirla al fin.
Viví tranquilo, y la vida que me escamotearon los demás la viví enérgicamente en el tiempo en que preparaba mi obra.
¿Se puede comparar la intensidad extraordinaria de mi vida con la existencia ridícula de los sibaritas de la antigua Roma o con la no menos ridícula de los cortesanos de Versalles?
Solo en cualquier noche antes del atentado, cuando tiraba desde el balcón una naranja para ver dónde caía en la calle y poder precisar el modo de echar la bomba, tenía yo más emociones que todos ellos.
Sí. Me he resarcido en grande.
En el último momento, al tomar la bomba entre las manos y al inyectarle la nitrobencina, temblaba; Tiembla, grande hombre, me dije a mí mismo; tienes derecho a eso y a más.
¡Y cuando la lancé rodeándola con flores! Al estallar creí que se me desgarraban las entrañas.
Algo semejante debe sentir la mujer al parir. Yo acababa también de dejar en el mundo algo vivo.
Antes de mí, en España no había nada. ¡Nada! Después de mi Gran Acto vivía ya un ideal: la Anarquía. Yo lo acababa de echar al mundo en aquel momento terrible.
Si hubiese posibilidad de comparación entre el autor de un hecho individual oscuro y sin transcendencia y el autor de un acontecimiento que habrá conmovido el mundo, diría que mi estado de automatismo cerebral, desde que pensé mi Obra hasta que la realicé, era idéntico al de Raskolnikof, en Crimen y Castigo, de Dostoievski.
Creo que pocos hombres hubieran tenido mi serenidad. En el momento terrible, cuando estaba en el balcón con la bomba en la mano, vi en la calle unas cuantas muchachas que reían. Sin embargo, no vacilé. Implacable como el Destino, las condené de antemano a la muerte. Era necesario.
He realizado mi Gran Obra y la he realizado solo y con éxito. "



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