Me váis a matar (fragmento) "Cuando llegaban las cartas, a veces las rompía al abrirlas con sus dedos torpes; olvidaba el trabajo y, sentado en un taburete, sacaba del mismo cajón unas gafas rajadas, y se las ajustaba a las orejas mediante unos cordeles atados para reemplazar las rotas varillas. Luego leía las hojas de papel que apretaba en el puño: una torcida letra polaca en desvaída tinta parda, cuyas palabras pronunciaba una a una en voz alta para que Marcus, que entendía la lengua pero prefería no oír, oyera. Antes de que el planchador extrajera dos frases enteras de la carta, la cara se le deshacía y se echaba a llorar, y lágrimas aceitosas le untaban las mejillas y la barbilla, de modo que parecía que le hubieran rociado con insecticida. Al final entraba en una atronadora tormenta de sollozos, algo que era terrible ver y que le dejaba inútil para horas y echaba a perder la mañana. (...) Emilio, el sastre, era otro perro solitario. Cada día comía su almuerzo de cuarenta centavos en la taberna en seguida, a leer el Corriere. Su rareza consistía en que siempre murmuraba para sí mismo. Nadie entendía lo que decía, pero era algo sibilante e insistente, y, estuviera donde estuviera, siempre se oía su silbido que imploraba o que gemía suavemente, aunque nunca lloraba. Murmuraba mientras cosía un botón, o acortaba una manga, o usaba la plancha. Murmurando por la mañana al colgar el abrigo en la percha, murmuraba todavía al ponerse el sombrero negro, al introducir sus canijos hombros en el abrigo y al dejar la tienda por la soledad de la noche." epdlp.com |