Pobre blanco (fragmento)Sherwood Anderson
Pobre blanco (fragmento)

"En su mente surgió el recuerdo del hogar de su padre y su soledad. Pudo eludir, durante dos veranos, volver a casa. Al finalizar el primer año de estudios alegó una enfermedad de su tío para quedarse en Columbia, y cuando llegó el segundo inventó otra disculpa. Pero aquel año comprendía que no tendría más remedio que ir. Habría de volver a sentarse día tras día a la mesa, en compañía de los trabajadores del campo. No ocurriría nada anormal; su padre permanecería silencioso en su presencia, sufriría ella el aburrimiento y la insulsez de las jóvenes del pueblo. Si alguno de los muchachos del pueblo iba a visitarla, despertaría los recelos de su padre, renovando entre los dos antiguos resentimientos.
Veía ahora, en las casas de la calle que atravesaban, cómo atendían las mujeres a los trabajos domésticos. Los niños lloraban y los hombres salían a charlar a la puerta. Clara pensó de pronto que estaba tomando el problema de su vida demasiado en serio. Lo que tenía que hacer era casarse y trabajar como las demás. Se le ocurrió la idea de que el antagonismo punzante que existía entre hombres y mujeres era debido, principalmente, a la soltería, ya que los hombres casados no debían tener que resolver los problemas a que había aludido Frank Metcalf toda la tarde. Hubiera querido ver enseguida a Kate Chancelier, para tratar con ella aquel nuevo punto de vista. Cuando bajaron del coche, Clara no demostró prisa alguna por volver a casa de su tío. Segura de no sentir ningún deseo de casarse con Frank Metcalf, pensaba que debía hacerle comprender su punto de vista, tal como él había tratado de hacerlo toda la tarde con el suyo.
Los dos jóvenes pasearon una hora por las calles, siendo Clara la que hablaba. Se olvidó de que corría el tiempo y de que no había cenado todavía. Como no quería hablar de boda, se refería a las posibilidades de amistad entre el hombre y la mujer. Mientras hablaba le parecía que su inteligencia se iba aclarando.
—Ya me doy cuenta de lo descontento e infeliz que se siente usted a veces. A mí también me ocurre igual, de vez en cuando. Unas veces pienso que lo que quiero es casarme. Me parece que deseo estar muy unida a otra persona y que todos deben sentir vehementemente este deseo. Todos queremos algo que no acabamos de conseguir. Quisiéramos hurtarlo o que nos lo dieran. Lo mismo que a usted me ocurre a mí.
Volvieron a la casa de los Woodburn y mientras estaban parados frente a la puerta, Clara pudo ver a sus tíos en el fondo de su habitación, ocupados en su eterna tarea de hacer números y punto de media. Aquello era precisamente contra lo que protestaba Frank Metcalf y el verdadero motivo del descontento de Clara. Esta cogió a su acompañante por la solapa, intentando hacerle comprender que la idea de la amistad podría ser una cosa agradable para ambos. En la oscuridad no se veía el rostro descontento de Metcalf. En aquel instante percibió Clara el instinto material y sólo vio en el joven al muchacho inquieto y tenaz que únicamente quería amor, pareciéndole brutal y desagradable. Clara dio un estirón nervioso de la solapa de su acompañante, quien interpretó mal aquel gesto, olvidando las palabras de la joven para sólo sentir su cuerpo cerca de él y su ansia de poseerlo. La estrechó fuertemente entre sus brazos; ella trató de luchar, de escapar, pero, aunque era fuerte y musculosa, no pudo moverse. Mientras la abrazaba, el tío de Clara, que los oyó subir por la escalera, abrió la puerta de pronto. Tanto él como su esposa habían amonestado a Clara diversas veces diciéndole que no frecuentase el trato de Metcalf. Un día la envió el joven un ramo de flores y la tía la instó a que lo devolviera.
—Es un tipo indigno. No queremos que te relaciones con él.
Cuando vio a su sobrina en brazos del hombre que había sido objeto de tantas murmuraciones en su propia casa y en todos los hogares respetables de Columbia, Henderson Woodburn se enfureció. Se olvidó de que el joven Metcalf era hijo del director de la compañía de la que él era tesorero, y se mostraba como si hubiese recibido una especie de ultraje personal.
—¡Salga usted de aquí! —lo conminó—. ¿Qué se figura usted, sinvergüenza? ¡Salga de aquí inmediatamente!
Frank Metcalf echó a andar por la calle riendo desvergonzadamente, y Clara entró en casa. Llevaba el cabello despeinado y el sombrero torcido. Sus tíos se la quedaron mirando. Las agujas de hacer punto y una hoja de papel aparecían en sus respectivas manos como prueba de lo que habían estado haciendo, mientras Clara aprendía otra lección de la vida. Las manos de su tía temblaban y las largas agujas tintineaban. Nada le dijeron, y la joven, confusa y molesta, subió a su cuarto para acostarse. Ciara no se excusó. El trato con Kate Chancelier le había dado una idea nueva de las cosas. "



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