La tristeza errante (fragmento)Wenceslao Retana
La tristeza errante (fragmento)

"Lucinda llevaba un mes en La Alegría Universal; el público era cada noche más numeroso y selecto. No faltaba nunca el japonés, siempre en la misma butaca, y siempre en la misma actitud. Llegó a inspirarla piedad; ella se lo daba á entender con la mirada; y él correspondía abriendo los ojos y quedándose extático... Aquella noche, la ovación fue indescriptible: la danza árabe, especie de tango recamado con cuantas audacias coreográficas sugería á La Modelo su fantasía creadora y caprichosa, arrebató al público. El único que permaneció inmóvil, como un ídolo de bronce, con los ojos fijos y las manos quedas, fue el japonés... Ella, al retirarse, retrocediendo y haciendo genuflexiones por vía de saludo, le dirigió una mirada tan sostenida y llena de dulzura é indefinible encanto, que el japonés estuvo á punto de desvanecerse; se limitó a contener un suspiro, y agachó la cabeza...
Al salir del café-concierto recibió Lucinda una sorpresa que la impresionó por modo extraordinario: allí estaba el jerezano, esperándola. En su pueblo se había enterado por los periódicos ingleses del éxito de Lucinda, y en la primera oportunidad que se le presentó, se trasladó á Londres... Y se fue á La Alegría Universal. Emocionado profundamente, vio a Lucinda, escuchó los aplausos que la tributaban, y percibió el vaho de la lujuria, la codicia que de ella experimentaban muchos hombres, más ricos que él, más nobles que él y de seguro más caballerosos que él. Le pareció Lucinda otra mujer, una deidad... ¡Y que aquello, habiendo sido suyo, lo hubiera abandonado!... Quería adquirirlo nuevamente y pavonearse con la propiedad de tan preciada síntesis de la belleza humana. "



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