El ojo de Apolo (fragmento)Gilbert K. Chesterton
El ojo de Apolo (fragmento)

"Pronto descubrió que los lazos espirituales entre el piso superior y el inferior eran ya intensos y adquirían cada vez más fuerza. El hombre que se hacía llamar Kalon era una magnífica criatura, digno, en sentido físico, de ser el pontífice de Apolo: casi tan alto como Flambeau y mucho mejor parecido, de barba dorada, penetrantes ojos azules y una melena echada hacia atrás como la de un león. En estructura era la bestia rubia de Nietzsche, pero toda esta belleza animal resultaba elevada, iluminada y suavizada por un verdadero intelecto y una auténtica espiritualidad. Aunque pareciese uno de los grandes reyes sajones, se trataba precisamente de uno de los reyes que habían sido, además, santos. Y esto a pesar de la incongruencia londinense que le rodeaba; a pesar de que tuviera un local a media altura en un edificio de Victoria Street; a pesar del oficinista (un joven corriente que llevaba puños y cuello duro) que ocupaba la habitación exterior, entre Kalon y el corredor; y a pesar de que su nombre aparecía en una placa de latón, y del emblema dorado de su credo, colgado sobre la calle, como el anuncio de un oculista. Toda esta vulgaridad no privaba al hombre llamado Kalon de la intensa fuerza e inspiración que surgían de su alma y de su cuerpo. De manera que, a fin de cuentas, en presencia de este charlatán cualquier persona tenía la impresión de hallarse delante de un gran hombre. Incluso con el suelto traje de chaqueta confeccionado en hilo que utilizaba como ropa de trabajo en su despacho, seguía siendo una figura fascinante y formidable; y ataviado con las blancas vestiduras y la corona dorada con que diariamente saludaba al sol, tenía realmente un aspecto tan espléndido que la risa de la gente de la calle se le ahogaba repentinamente en la garganta. Tres veces al día el nuevo adorador del sol salía a su balconcito, delante de todo Westminster, para recitar una letanía a su resplandeciente señor: al alba, al ponerse el sol y también al toque del mediodía. Y fue mientras aún resonaban débilmente las campanadas de la torre del Parlamento y de la iglesia parroquial cuando el Padre Brown, el amigo de Flambeau, alzó la vista y contempló por primera vez al blanco sacerdote de Apolo.
Pero para Flambeau ya no eran ninguna novedad estos diarios saludos a Febo, y se introdujo en el portal del alto edificio sin comprobar siquiera si le seguía el clérigo. El Padre Brown, sin embargo, ya fuese por su interés profesional en los ritos o por un intenso interés personal en cualquier tipo de payasada, se detuvo a contemplar el balcón del adorador del sol, exactamente igual que se podría haber detenido ante un teatrillo de marionetas. Kalon el profeta, erguido en toda su estatura, con albas vestiduras y manos alzadas, hacía llegar el sonido de su voz, extrañamente resonante, hasta la bulliciosa calle al recitar su letanía solar. Había llegado ya a la mitad, y mantenía fijos los ojos en el disco llameante. Es dudoso que viera algo o alguien en este mundo; es prácticamente seguro que no veía a un rechoncho sacerdote de cara redonda que, mezclado con la multitud, le contemplaba desde abajo guiñando los ojos constantemente. Porque ésa era quizá la diferencia más llamativa entre estos dos hombres ya de por sí tan distintos. El Padre Brown no podía dejar de pestañear cuando miraba cualquier cosa, mientras que el sacerdote de Apolo podía contemplar el sol de mediodía sin el más leve parpadeo. "



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