Del álbum de un cazador (fragmento)Ivan Turgenev
Del álbum de un cazador (fragmento)

"En un cuarto de hora estábamos ya sentados en la batea del Nudo. (Dejamos a los perros en una cabaña de campesinos a cargo del cochero Iegúdiil). No era muy cómodo para todos nosotros, pero los cazadores nunca son exigentes. En la parte trasera alargada estaba de pie el Nudo «dándole» a la vara. Vladímir y yo íbamos sentados en los tablones del centro, y Yermolái se encaramó al frente, en la parte arqueada. A pesar de la estopa, el agua no tardó en aparecer a nuestros pies. Por suerte el tiempo estaba tranquilo y el estanque parecía haberse literalmente dormido.
Atravesamos el agua muy lentamente. El viejo tenía dificultad para sacar su larga vara del barro pegajoso porque se enredaba con los hilillos verdes de la hierba que crecía bajo la superficie, y los círculos hieráticos de los lirios de la ciénaga también demoraban el avance de la barca. Al cabo de un rato alcanzamos las matas de juncos y comenzó la diversión. Los patos alzaron el vuelo con ruido infernal, «explotando» desde el estanque, asustados por nuestra súbita aparición en sus dominios, y resonaron las escopetas al unísono tras ellos, y era una delicia ver a las pesadas aves alcanzadas en el aire caer aleteando de nuevo al agua. Por supuesto no recogimos todas las presas. Algunos de los heridos se sumergieron, algunos de los muertos cayeron entre matorrales tan espesos que ni siquiera Yermolái, que tenía ojos de lince, podía encontrarlos. Sin embargo, para la hora de la cena nuestra barca estaba llena hasta los bordes con nuestro botín.
Vladímir, para gran satisfacción de Yermolái, no era, por cierto, un tirador experto y tras cada fracaso demostraba su sorpresa, inspeccionaba su escopeta, soplaba dentro, expresaba su perplejidad y al cabo explicaba las razones por las que había errado el tiro. Yermolái, como de costumbre, salió triunfador, y yo, como de costumbre también, tuve un resultado mediocre. El Nudo nos observaba con los ojos de quien se ha pasado la vida al servicio de otros, y de tanto en tanto gritaba: «¡Ahí hay uno, un pato!», rascándose la espalda todo el tiempo no con sus manos, sino con movimientos de sus hombros. El clima continuó perfecto: sobre nosotros colgaban nubes blancas y redondas en perfecta calma, y se reflejaban con claridad sobre el agua, los juncos murmuraban en voz baja a nuestro alrededor; en ciertos lugares el estanque refulgía bajo el sol dorado como si fuera de acero. Estábamos a punto de regresar a la aldea cuando, de pronto tuvo lugar algo bastante desagradable.
Hacía un rato que habíamos observado que el agua se estaba filtrando dentro de la batea. A Vladímir se le había asignado la tarea de achicarla con un cazo que mi prudente cazador había tomado prestado de una anciana medio dormida. Todo iría bien mientras Vladímir recordase su cometido. Pero hacia el final de nuestra cacería, como si se estuvieran despidiendo, los patos comenzaron a volar en tales bandadas que apenas teníamos tiempo para cargar nuestras escopetas. En la excitación causada por los fogonazos dejamos de prestarle atención al estado de la batea, cuando de repente (como resultado de un movimiento brusco de Yermolái, quien se había extendido en toda su altura sobre la borda para alcanzar un ave), nuestra vieja nave se movió hacia un lado, se volcó y se fue a pique solemnemente, por suerte en una zona poco profunda. Gritamos pero ya era demasiado tarde; en un momento estábamos con el agua hasta el cuello, rodeados por los cadáveres flotantes de los patos muertos. Ahora no puedo evitar recordar sin asomo de risa las caras pálidas y asustadas de mis camaradas (era muy probable que en ese instante tampoco la mía propia estuviera cubierta por el rubor de la salud), pero debo confesar que en aquel momento no se me ocurrió reírme de nada. Cada uno de nosotros sostuvo su escopeta sobre la cabeza y el Nudo, sin duda a causa de su costumbre de imitar siempre a sus amos, también elevó su vara. El primero en romper el silencio fue Yermolái. "



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