La soledad de los perdidos (fragmento)Luis Mateo Díez
La soledad de los perdidos (fragmento)

"El frío contribuyó a secar el cuerpo, también el fuego de la hoguera que siempre palpita en la esquina del chamizo, donde las brasas mantienen una crepitación que a veces se confunde con los ruidos del invierno.
Ni siquiera en las mañanas en que Ambrosio se siente enfermo, cuando el hambre socava la fragilidad del ánimo y el sopor desalienta la sequía de los jugos gástricos, el cuerpo desatiende la necesidad de su limpieza. Los pasos reconducen la inclinación del desvanecimiento, y Ambrosio asoma sin resguardarse de la lluvia, completamente desnudo como siempre en esas ocasiones, y avanza hacia el manantial, se arrodilla al pie de las aguas y se lava con igual dedicación y prontitud.
El cuerpo seco tiene la resonancia de la madera, a veces el astillado y en ocasiones la resquebrajadura que hiende la piel. Desde hace algunos años esa sequedad le proporciona la sensación de la leña que ha ido transformando sus huesos, como si el esqueleto altivo del huido se desplomara en las ramas cortadas, y algunos de sus pasos le hicieran crujir.
El manantial se hiela en los días más crudos, cuando el invierno le roba al monte cualquier palpitación vegetal. El agua bulle arrecida bajo la placa de hielo, y Ambrosio se mira inquieto en el espejo empañado por los copos, antes de romperlo con una piedra.
—No eres un bicho, tenlo muy en cuenta... —dijo el amigo—. La guarida del monte no va a igualarte a las alimañas. Son los semejantes quienes nos igualan con lo peor que llevamos dentro. Lo que pertenece a nuestra soledad es lo que mejor nos defiende. "



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