Lamia (fragmento) "Luego le reprochó que sus ojos no hubieran fijado su atención tanto tiempo en el rostro de ella en Corinto, donde vivía semioculta y donde había pasado unos días tan felices como puede comprar el oro sin amor, pero, al cabo, felices hasta el día en que lo vio. Fue en el templo de Venus; allí estaba: pensativo, apoyado contra una columna del pórtico, entre cestos rebosantes de hierbas y de flores de amor recién cortadas (porque era la víspera de la fiesta de Adonis). Después, no volvió a verlo. Y, cuando estuvo sola, rompió a llorar: ¿por qué tenía que adorarlo? Licio había trocado la muerte por el gozo, viéndola todavía a su lado y oyéndola cantar una canción tan dulce y susurrar su ciencia de mujer; y con cada palabra que musitaba ella él se sentía sumido en la dicha más pura y el placer más intenso. Pueden decir los locos poetas lo que quieran de los encantos de hadas, de peris[7] y de diosas, moradoras de grutas, de lagos y cascadas, que no hay mayor delicia que una mujer real, venga de la semilla del viejo Adán o surja de las piedras de Pirra[8]. Así la gentil Lamia juzgó, y juzgó con tino, que Licio no podría amarla siendo presa del terror, de manera que dejó de ser diosa y se ganó su afecto siendo solo mujer, sin inspirar más miedo que el que se desprendía de su propia belleza. " epdlp.com |