El dominio blanco (fragmento)Gustav Meyrink
El dominio blanco (fragmento)

"Aún me tiemblan las rodillas de debilidad cuando me paseo por la habitación, pero siento cada vez con mayor claridad que mi salud se restablece de hora en hora.
La nostalgia de Ofelia me consume y me gustaría mucho bajar al descansillo y espiar su ventana con la esperanza de atrapar al vuelo una mirada suya.
Mi padre me dijo que cuando yo estaba febril e inconsciente, ella vino a verme y me trajo un ramillete de rosas. Veo en su cara que lo ha adivinado todo; ¿y si tal vez ella misma se lo ha confesado?
Temo hacer preguntas y él también evita el tema con timidez.
Me cuida con gran solicitud; lo que puede leer en mis ojos, me lo trae; pero a mí me palpita el corazón de pesar y vergüenza cada vez que me da una prueba de su amor, porque pienso que le he resultado un delincuente.
¡Querría que la falsificación del pagaré fuera sólo una pesadilla de mi calentura!
Ahora, sin embargo, que mis sentidos vuelven a ser claros, lo sé con certeza, por mucho que me pese: sucedió realmente. ¿Por qué y para qué fin lo hice? Todos los pormenores se han borrado de mi memoria.
Pero no quiero cavilar sobre ello; sólo sé una cosa: tengo que expiar de algún modo mi acto; tengo que ganar dinero, dinero, dinero para poder comprar el pagaré.
Un sudor de angustia me perla la frente al pensarlo; será imposible.
¿Con qué puedo ganar dinero en nuestra pequeña ciudad?
¿Tal vez lo consiga en la capital? Allí nadie me conoce. ¿Y si me ofreciera allí como servidor de un hombre rico? Estaría dispuesto a trabajar día y noche como un esclavo.
No obstante, ¿cómo rogar a mi padre que me permita estudiar en la ciudad?
¿En qué basar mi ruego cuando él me ha dicho muy a menudo que detesta toda erudición estudiada, que no haya sido impartida por la vida misma? Además, ¡me faltan los conocimientos elementales o por lo menos el certificado escolar!
¡No, no, es imposible!
Mi tormento se redobla cuando pienso que en tal caso tendría que separarme de Ofelia durante años y años, tal vez para siempre.
Siento que estos horribles pensamientos me hacen subir de nuevo la fiebre.
He estado enfermo dos semanas enteras; las rosas de Ofelia se han mustiado en el búcaro. ¿Y si ya se ha marchado? Las manos se me humedecen por la desesperación. ¿Y si las flores hubieran sido un regalo de despedida?
Mi padre advierte que sufro, pero no me pregunta la causa. ¿Sabe acaso más de lo que quiere decir?
¡Si yo pudiera abrirle mí corazón y confesárselo todo, todo! No, no puede ser; si me repudiara, lo aceptaría de buen grado si con ello pagara mi deuda: pero sé que averiguarlo le destrozaría el corazón: yo, su único hijo, a quien ha encontrado de nuevo como guiado por el destino, se ha portado como un malhechor… No, no, ¡no puede suceder!
Todos pueden enterarse y señalarme con el dedo, sólo él no debe saberlo.
Me pasa con ternura la mano por la frente, me mira con ojos llenos de amor y benevolencia, y dice:
—¡No estés tan triste, querido muchacho! Si algo te atormenta, ¡olvídalo! Piensa que es una pesadilla debida a la fiebre. ¡Pronto volverás a estar sano y alegre!
Pronuncia la palabra «alegre» con vacilación y siento que intuye un porvenir lleno de aflicción y dolor.
Lo mismo que he intuido yo. "



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