Escritos sobre literatura (fragmento)Hermann Hesse
Escritos sobre literatura (fragmento)

"Solamente me molestó siempre un poco el ropaje antiguo, clásico griego, los nombres mitológicos y la invocación de Teócrito y otros modelos griegos. Cuando, muchos años después, averigüé por una biografía de Gessner, que este poeta teocrítico no sabía griego, ni podía leer libros griegos, respiré aliviado y divertido, pues aparte de los nombres no había notado en sus idilios nunca una atmósfera griega. No, la poesía de Gessner tiene muy poco que ver con Teócrito o Anacreonte u otros poetas antiguos. Su poesía, su mundo sentimental no fue para su tiempo un redescubrimiento de algún espíritu histórico, sino algo totalmente moderno. Eran sentimientos y sueños de su tiempo, del tiempo alrededor de 1750 los que en los poemas en prosa de Gessner fascinaban a sus contemporáneos. Y el ropaje, la decoración, el escenario fabuloso operístico, la intemporalidad musical que respiran estos poemas me parece absolutamente afín a otro mundo completamente distinto del griego, el mundo de la verdadera época. La ópera del siglo XVIII, me parece, respira la misma atmósfera que Gessner, flota en la misma intemporalidad, traslada con la misma manera juguetona, un poco melancólica, todo el interés de la vida real a un mundo de fantasía y magia. Y lo que en la poesía ha desaparecido y nos resulta ahora extraño y caduco, ha conservado en la música continuidad y validez, pues, ¿acaso aquella obra que nos contempla desde este siglo XVIII de una manera tan increíblemente joven e inmarchitable, la «Flauta mágica» de Mozart, no es la última, más alta, noble e intemporal manifestación de todo aquel estado espiritual, de toda la necesidad de transfiguración de la vida cotidiana, de huida del tiempo, de simplificación e idealización lúdica?
Toda época tiene su realidad, su transfiguración de lo cotidiano, y cada tiempo tiene su huida de la realidad. Cada tiempo tiene su tendencia a la racionalización y al progreso, y cada tiempo tiene su añoranza de sueños paradisíacos y de juego irresponsable de los sentimientos. Ninguno de esos deseos tiene razón, ninguno se equivoca. Hubo para las personas de hace ciento cincuenta años un instante en que Salomón Gessner respondía con sus idilios a un deseo y una necesidad vivos, necesarios y auténticos. Otros completaron su cantar, los poemas juveniles de Goethe perfeccionaron la melodía de Gessner. Gessner ha perdido aparentemente así el derecho a perdurar, aparentemente está superado y ya no es necesario. Pero no fue solamente un instrumento, sobre el que aquel tiempo hizo sus intentos musicales, fue también un hombre, una personalidad, una obra única, terminada con el encanto y el carácter irrevocable de todo lo único y perecedero. Y quizás lo mejor de su vida no lo escribió, sino que lo pintó, y quizás tampoco lo pintó, lo vivió directamente. Sea como fuere su persona me es querida donde me encuentre con ella. Y para mí, que desde niño he pertenecido tanto a Alemania como a Suiza, siempre fue una alegría conocer a este hombre en cuya poesía Suiza creó algo tan delicado y cariñoso. Fue una alegría saber que entre mis dos patrias no había una clara división del trabajo, que por ejemplo Suiza no producía solamente los escritores sólidos, más rudos y vigorosos como Gotthelf y Keller, sino que entre ellos surgían también tonos finos y etéreos como sólo acostumbramos a oírlos de los suabos, francos y austríacos. "



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