Dillinger ha muerto (fragmento)Natalia Ginzburg
Dillinger ha muerto (fragmento)

"Un hombre se ha puesto un delantal de mujer y se hace la comida. El piso en el que tiene lugar la acción es lúgubre y siniestro. El hombre enciende el televisor, enciende la radio, remueve la cacerola, corta cebolla. En una habitación está su mujer, dormida. En otra habitación hay una criada. En un momento dado el hombre, cuando busca no sé qué ingrediente, encuentra una pistola en un armario, envuelta en un diario viejo. Se queda un rato leyendo el diario, en el que hay noticias y fotos de la muerte de un gánster (Dillinger). Desmonta la pistola y la mete a trozos en una ensaladera con aceite. Después sigue cocinando, va arriba y abajo con unas botellas, se ocupa de las cebollas y la cacerola con una minuciosa tristeza y un silencio absoluto. Después come lo que ha preparado, un risotto al azafrán y carne con salsa. Proyecta una película y mira las imágenes de unas vacaciones, mar y playas, su esposa, varias mujeres. Después come sandía con ron, primero en la terraza y después en la cama con la criada, con la cual no cruza ni una palabra. Así han pasado dos horas y hemos visto sin parar objetos, cacerolas, hortalizas, trozos de pistola, hemos oído sin fin la voz inanimada de la radio. El hombre al fin arma la pistola y mata a su mujer. Coge el coche y conduce hasta que llega a una playa, sube a un yate y pide que lo contraten como cocinero a bordo.
Excepto en los últimos cinco minutos, permanece encerrado en el piso, y uno tiene la sensación de estar encerrado en una ratonera, en aquellas habitaciones, con tres personas que no se cruzan ni una palabra pero que resultan, las tres, antipáticas. Nos parecen antipáticas, pero no sabemos nada de ellas y no se nos contará nada. Imposible imaginar qué clase de personas son, qué clase de padres han tenido y qué clase de infancia. Imposible imaginar en qué clase de ciudad está situado aquel lúgubre piso. El silencio sobre estos detalles podría ser increíble y desgarrador si fuese un verdadero silencio. En El silencio de Bergman no se sabe nada de los tres personajes que llegan, agotados, al hotel de la ciudad, desconocida tanto para ellos como para nosotros, y en cuyas calles se libra una guerra de la que nadie sabe nada. Pero aquel silencio es el silencio del universo. En Dillinger el silencio que pesa sobre los hombros de los personajes no es el silencio del universo, es una especie de vacío y de indiferencia que no produce angustia sino solamente una sensación de vértigo físico. Los detalles sobre aquellos tres personajes se ignoran y se callan, no porque la vida sea impenetrable o porque los hombres en la condición actual hayan perdido todo vínculo con sus orígenes, sino porque quien los pensó sentía tal desprecio por la especie humana que consideraba innecesario contar los orígenes y la historia de los seres que había creado. Han sido pescados en el vacío, se los muestra apenas y se los devuelve de nuevo al vacío. "



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