Abierto toda la noche (fragmento)David Trueba
Abierto toda la noche (fragmento)

"Un minuto y una corta despedida después, vio irse a Violeta tras un «Menos mal porque llegaba tarde». Cargó con la caja de botellines de cerveza hasta una obra cercana. ¿Cómo había podido ocurrirle aquello? Se sintió el hombre más infeliz del mundo.
Visitó la que había sido su librería habitual durante todos estos años. El viejo librero lo saludó con familiaridad y le obsequió con una edición usada de La cartuja de Parma. Compró dos novelas de Wodehouse y robó el Curso de literatura europea y la Historia abreviada de la literatura portátil. Vagó por la calle frente al bar, esperando que Violeta apareciera de nuevo. Una vez más se le había escurrido entre los dedos. Una vez más la realidad no estaba a la altura de sus novelas. Había llegado dispuesto a adueñarse del corazón de Violeta y lo único que había conseguido eran veinte duros de propina que le había dado uno de los obreros al entregar la caja de cervezas.
Empezaba a hacerse tarde y Gaspar, que estaba dispuesto a esperar toda su vida por ver de nuevo a Violeta, fue consciente de que debía irse. Corrió hasta el autobús y se sentó al fondo. Iniciaron la marcha. Apoyada la cabeza en la ventanilla, vislumbró a Violeta en la distancia, caminando calle abajo. Era ella, no había duda. Su pelo rizado y sus piernas largas bajo la falda negra. Se estaba besando con un tipo mayor que ella, con melena oscura y rostro curtido, con unos vaqueros gastados y una camisa gris. Los vio alejarse. Ella con su brazo en la cintura de él. El con el suyo sobre los hombros de ella. Se besaban a cada paso acompañados por el baile del vuelo de la falda de Violeta. Gaspar dejó que el autobús lo arrastrara lejos de allí.
Tenía ganas de llorar, pero no podía. Estaba demasiado nervioso. Al llegar al centro de Madrid, descendió y caminó entre la gente, más solo que nunca. Había prometido a su madre ir a ver a la abuela, pero no tenía ganas de ver a nadie. Quería morirse. Odiaba al mundo. Pero amaba a Violeta. Pese a su traición, pese al adiós definitivo, nunca podría olvidarla.
Subió pesadamente las escaleras, una a una, él que gustaba de subir de tres en tres, como si ahora cada escalón fuera un mazazo en las rodillas. Al llegar ante la puerta le saludó el relieve de «Dios guarde esta casa» con una ironía que se le escapaba. Llamó al timbre. Tuvo que esperar un instante. Lo mejor sería irse, no tenía nada que hacer allí. Dudaba incluso que el dolor le permitiera hablar.
Sara abrió la puerta. El cabizbajo Gaspar levantó con parsimonia la cabeza. Le pesaba el plomo de la derrota sobre el cuello, el fin de Violeta. La joven le miraba con curiosidad, no se conocían. "



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