Los hombres que no amaban a las mujeres (fragmento)Stieg Larsson
Los hombres que no amaban a las mujeres (fragmento)

"Lisbeth Salander miró de nuevo a Martin Vanger. Se había puesto de pie, pero estaba encorvado. Lo ignoró e intentó meter los dedos por dentro de la soga. Al principio no se atrevió a usar el cuchillo, pero después metió la punta y, al intentar ensanchar la cuerda, hirió levemente el cuello de Mikael. Finalmente la soga cedió, y Mikael pudo tomar aire con unas ruidosas y roncas inspiraciones.
Por un instante, Mikael experimentó una increíble sensación, como si su cuerpo y su alma se unieran. Veía con total nitidez y pudo discernir hasta la más mínima mota de polvo de la habitación. Oía perfectamente; percibía cada respiración o cada roce de ropa, como si el sonido procediera de unos auriculares puestos en sus orejas. Sintió el olor a sudor de Lisbeth Salander y el del cuero de su cazadora. Luego la sensación desapareció cuando la sangre empezó a fluir nuevamente hasta su cabeza, y su cara recuperó su color habitual.
Lisbeth Salander giró la cabeza en el mismo momento en que Martin Vanger desaparecía por la puerta. Se levantó rápidamente y buscó la pistola; examinó el cargador y le quitó el seguro. Mikael advirtió que no debía de ser la primera vez que manejaba armas de fuego. Miró a su alrededor y descubrió las llaves de las esposas sobre la mesa.
—Le cogeré —dijo, y se fue corriendo hacia la puerta.
Cogió las llaves a la carrera y, con un revés, las tiró al suelo, donde estaba Mikael.
Mikael intentó gritarle que esperara, pero no le salió más que un áspero sonido apagado cuando ella ya había desaparecido por la puerta.
A Lisbeth no se le había olvidado que Martin Vanger tenía una escopeta en algún sitio, y, al llegar al pasadizo que conducía del garaje a la cocina, se detuvo con la pistola en la mano, lista para disparar. Aguzó el oído, pero no pudo apreciar ni el más mínimo ruido que revelara dónde se hallaba su presa. Por puro instinto se fue acercando a la cocina; casi había llegado cuando oyó un coche arrancar en el patio.
Salió corriendo por la puerta lateral del garaje. Desde el camino vio cómo un par de luces traseras pasaban la casa de Henrik Vanger y giraban hacia el puente; echó a correr todo lo que le permitieron sus piernas. Se metió la pistola en el bolsillo de la cazadora y no se preocupó del casco al montarse en la moto. Unos pocos segundos más tarde ya estaba cruzando el puente.
Tal vez él le llevara una ventaja de unos noventa segundos cuando ella llegó a la rotonda del acceso a la E4. No lo pudo ver. Paró, apagó el motor y se quedó escuchando. "



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