Dificultades con los líquenes (fragmento)John Wyndham
Dificultades con los líquenes (fragmento)

"Miss Benbow, mientras escuchaba un aburrido informe acerca de la inteligencia demostrada por el perrito de Aurora Tregg, dejó que su mirada vagase en torno a la estancia, advirtiendo que debía tener unas palabritas con alguno de los asistentes en el curso de la velada. En el extremo lejano vio a Diana Brackley, sola de momento. Diana era con certeza una de las que se merecían felicitaciones, así, aprovechando una pausa en la entrega anonadante de Aurora, alabó la sagacidad del perrito, le deseó un buen futuro y se fue.
Al cruzar la habitación vio fugazmente a Diana a través de los ojos de un desconocido; ya no era una colegiala, sino una mujer joven y atractiva. Quizás la culpa la tenía el vestido. Una tela azul, azul marino, sencilla, que no destacaba entre el resto hasta que se la miraba con atención. Se compró barata, miss Benbow estaba segura que así ocurrió, sin embargo, había en ella la calidad del estilo. ¿O es que tenía estilo en realidad? No estaba segura. Diana tenía buen gusto para vestir y eso es algo más de lo que se puede comprar con tres guineas y hacer parecer que costó veinte. Un don, pensó miss Benbow de mala gana, no para despreciar. Y, siguió adelante, aun visto a través de la nueva refracción, el aspecto era también parte del don. No era bonita. Las chicas bonitas son adorables como las flores en mayo, pero es que hay muchísimas flores en mayo. Nadie que conociese el significado de las palabras podría decir que Diana era bonita…
Dieciocho años, sólo dieciocho, tenía entonces Diana. Alta, uno con setenta y ocho, poco más o menos, y esbelta y erguida. Su cabello era nogal oscuro, con un chispazo de luces multicolores. Las líneas de su frente y de su nariz no eran enteramente griegas, sin embargo, tenían una cualidad clásica. Su boca estaba sólo poco enrojecida, porque no se debe de ir a una fiesta sin arreglar, pero, en contraste con las muchísimas bocas rojas y hasta moradas que se veían a su alrededor, ella tenía precisamente la cantidad y el color adecuados para la ocasión. La boca en sí poseía una especie de apariencia formalmente decorativa que prácticamente no decía nada a nadie… sin embargo, podía sonreír con encanto en ocasiones y no hacerlo en demasía. Pero vista de cerca uno se fijaba en sus ojos grises y se daba cuenta de ellos todo el tiempo; no sólo porque fuesen ojos finos, hermosamente espaciados y situados, sino por su tranquilidad, por la calma sin embarazos con que lo miraban todo y lo consideraban todo. Con una especie de sorpresa porque ella tenía la costumbre de pensar en sí misma como un cerebro más que como una forma, miss Benbow se dio cuenta de que Diana se había convertido en lo que la juventud de la generación de sus padres hubiese considerado como «una belleza».
Este pensamiento fue seguido de inmediato por un sentido agradable de autocongratulación, porque en un colegio como St. Merryn’s High no sólo se enseñaba y se trataba de educar a una niña; sino que se dirigía una especie de guerra en la jungla en su beneficio… y la criatura de mejor aspecto, más esbelta, hablando generalmente, tenía sus posibilidades de supervivencia, porque los partisanos de la ignorancia asaltaban la ruta de uno en grandes y numerosos grupos.
Las tentaciones de trabajos sin porvenir aparecían junto a una persona, mariposas con alas de iridiscentes billetes de banco revoloteando al alcance tentador, para que te dedicases a cazarlas, la miasma de las revistas gráficas, emponzoñando el aire, las telarañas pegajosas de un matrimonio temprano puestas muy cerca del camino, las madres agallinadas saliendo de pronto de los arbustos, los padres miopes marchando inseguros e interponiéndose en el camino; ojos de mirada rectangular e inquieta, fijos hipnóticamente desde las sombras, un batir de tam-tam inquieto, un ritmo lunar y lunático y por encima los pájaros burlones, siempre gritando: «¿Qué importa mientras ella sea feliz…? ¿Qué importa…? ¿Qué importa…?». "



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