Al margen (fragmento)André Pieyre de Mandiargues
Al margen (fragmento)

"Entretanto, ha podido constatar que junto a cada bar hay una escalera, presidida por la palabra habitaciones pintada sobre la pared, o bajo la forma de un rótulo luminoso hecha de lámina recortada o de cristal esmerilado. De tal modo, pues, que no se puede ir directamente del cafetín a las habitaciones; la moral está a salvo y ante los tribunales internacionales los ministros del engreído fanfarrón podrán pretender que han dejado de existir casas de prostitución en el país que empavesa con sus colores de sangre y oro de limpialetrinas. Resulta obligatorio salir a la calle antes de subir, y en su celo algunas chicas van hasta el extremo de atravesar el estrecho conducto. Esa es la forma de justificarlas ante los ojos de la policía (de la que se ve rondar a dos grises representantes) y de permitir que sean perdonadas, quizás, ante la pequeña ventana del confesionario, cuando se acerquen a él severamente vestidas, con largas faldas, medias en las piernas y los cabellos recubiertos por una negra mantilla. [...]
El domingo es el día de las corridas. Sigismond ha contemplado a menudo los toros con mucha pasión, en Nimes, Béziers o Carcasona, pero su breve estancia en España le ha bastado para comprender hasta qué extremo la corrida estaba patrocinada por el régimen führanculista y le servía de propaganda; hasta qué punto, ofreciendo como distracción la tolerada efusión de sangre, estaba al servicio de un régimen purulento; hasta qué extremo, desde esta perspectiva, resulta obsoleta y siniestra como la misa de la iglesia romana, que es un sacrificio nada diferente y que participa de la misma alianza abominable. El sagrado corazón bordado sobre el pecho de los matadores de antes era tan sólo una simple variación de la trencilla dorada que adorna el traje del torero. Matador, ¿cómo pronunciar esa palabra sin pensar en el führánculo?” [...]
Aislado, sí, ese es el estado en que comenzó a encontrarse desde que cerró la carta de la vieja Féline, y es precisamente así como él quiere permanecer. Vivo, haciendo piruetas en el interior de una frágil mandorla. Piensa en una gota de semen masculino dentro de un preservativo inflado con la boca, atado y arrojado luego a un terreno resecado por el sol. La vida danzaría con la muerte allí dentro, más o menos como Sigismond se agita y piensa dentro de su burbuja. [...]
Cuando se mira de nuevo al espejo no tiene dificultad en reconocerse, a pesar de su desconfianza, e incluso se encuentra rejuvenecido con relación a su imagen anterior. Hace aproximadamente veinticuatro horas que llegó a Barcelona, y sin embargo ha recorrido un camino incalculable en ese espacio en el que su vida tiene permiso para desplegarse y ejercitarse, aunque él se haya puesto en seguridad provisional en una translúcida burbuja y haya colocado una torre transparente sobre la carta donde la suerte de todo cuanto ama está escrito… La carrera a coronar (como dicen los cursis de la especie de su padre) ¿será todavía larga antes de que llegue el momento de desplazar la torre? ¿Cómo (por qué y para quién) será dictaminado el gesto? [...]
Sigismond, que reanuda la marcha, busca a los viejos con la mirada, y ve a más que hubieran podido contarse dentro de los de hace veinticinco años. Muchos han perdido el orgullo, pero bajo sus ropas miserables y en sus cuerpos endebles, identificable sólo con un poco de atención y de costumbre, una nobleza especial los distingue: la de la derrota. La gracia de los vencidos vive en ellos. Menos evidente, a causa del vigor juvenil que anima sus músculos, sus estómagos y sus sexos, ella vive también en sus hijos, que han crecido bajo la ley del führánculo, y que resulta reconocible en su forma de caminar, correr, bailar y beber, de pelearse o abrazarse, como si en la afiebrada dicha de la libertad provisional, vivieran en un estado de evasión. "



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