El amor, el dandismo y la intriga (fragmento)Pío Baroja
El amor, el dandismo y la intriga (fragmento)

"Comienzo a escribir este libro —dice Leguía— en Suiza, en un pueblo del cantón de los Grisones. No sé dónde lo concluiré, ni si lo concluiré. Me han recomendado pasar el verano en un sitio alto para mis bronquios y para mi ciática, y aquí estoy, en un cuarto amplio y ventilado de una casa antigua que perteneció a un obispo.
Es una casa que tiene en una de las paredes que da al jardín un reloj de sol y, alrededor de él, una orla con esta sentencia, en romance: Il solacl splendura per touts, sentencia optimista y mixtificadora que parece querer decir mucho y no dice nada.
El verano actual el sol splendura poco, y aunque la dueña de la casa, dueña también de un barómetro tan optimista como el letrero del reloj de sol, afirma que el buen tiempo se aproxima, el buen tiempo no llega y el sol no splendura para nadie.
Hace siempre lluvia, frío y, sobre todo, viento, un viento furioso que muge como si hubiera por esos campos algún búfalo gigantesco de mal humor.
La casa está bien preparada para el frío. Mi cuarto se halla recubierto de madera: tiene dos ventanas con vidrieras dobles, que cierran perfectamente, y una estufa de faienza en un rincón.
Una de las ventanas mira hacia el pueblo, que es silencioso y triste, con una torre de iglesia alta, blanca, puntiaguda, con el tejado de pizarra; la otra da al valle, valle largo y estrecho.
En el pueblo, enfrente, veo una casa antigua, con un mirador de madera adornado con escudos y un esgrafito que representa un macho cabrío erguido, y debajo este letrero: Evviva la Grisha!
Delante de la ventana que da al valle tengo mi mesa, y cuando no leo contemplo distraído el panorama. A la derecha hay montes formidables con la cima nevada, y las faldas que avanzan hacia el centro del valle cubiertas de abetos y de alerces; a la izquierda, montes más bajos, con árboles y praderas; en medio corre el río, verde blanquecino, trazando eses, costeando aldeas por entre campos llenos de flores, y en el fondo aparecen unas montañas blancas, altas, como dos gigantes que se apoyaran el uno en el otro.
No se ve apenas nadie por estos contornos, ni por la carretera, ni por los caminos. El cantón de los Grisones tiene el buen acuerdo de no permitir automóviles. El silencio aquí es imponente, magnífico.
Mi entretenimiento los días malos es mirar el ir y venir de las nubes a lo lejos, sobre las montañas lejanas y blancas, que se me figuran gigantes hermanos. "



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