Elías Portolu (fragmento)Grazia Deledda
Elías Portolu (fragmento)

"Se decidió y partió, con gran descanso por parte de su madre, que esperaba aquel momento con anhelo. Maddalena no se movió y ni levantó siquiera sus largos párpados violados de madonna dolorosísima; pero él, al salir, la envolvió en una mirada desesperada, y se marchó con la muerte en el corazón.
Un dolor grave, trágico, se apoderó de él desde aquel día. Empezó a desesperar de sí mismo y de todo y a odiar a sus semejantes. Hasta entonces, su desprecio y su necesidad de soledad habían tenido algo de dulce y de bueno; ahora, se volvían malas, agrias, al ser acompañadas de un instintivo deseo de venganza. Elías Portolu sentía que la suerte, la malvada esfinge que atormenta a los hombres, había sido injusta con él: él había intentado hacer el bien, sacrificándose a sí mismo, y, en cambio, el bien se le había convertido en mal. ¿Por qué? ¿Qué fatalidad tenía el derecho de burlarse así de los hombres? En la inmensa soledad de la tanca, bajo el pálido cielo de otoño, en el misterioso dolor del paisaje desierto, de los neblinosos horizontes, el alma del pastor se planteaba los terribles dilemas de los hombres refinados, pero no conseguía hallar ninguna explicación. Le quedaba sólo el dolor, y en el dolor no sólo perdía la fe, sino que empezaba a agitarse el monstruo de la rebeldía.
Más de una vez, Elías, vagando cerca de los límites de la tanca, había entrevisto a tío Martinu, aquel viejo pagano cuya rígida figura dominaba el triste y fatal paisaje formando al mismo tiempo un todo con él. Pero siempre lo había evitado con enojo.
«Es una vieja bestia —pensaba—. ¿Qué es el dolor? ¿Qué es el dolor? Él, el viejo de piedra, se ha reído de mí; pero, con todos sus delitos y sus desgracias y su sabiduría, no sabe que yo sufro más en un día que él en toda su vida. Que no se me presente con sus sermones, porque le mato con la guadaña».
Y, sin embargo, sentía que el viejo no le había hecho ningún daño. Al contrario, ¡si hubiera seguido sus consejos…! Pero Elías estaba irritado contra todos, y sobre todo contra sí mismo, y sentía una cruel necesidad de hacer daño a alguien, aunque fuese a un niño, para experimentar no placer, sino dolor.
Solía ir a la majada un muchachito, hijo de un pastor vecino, gente muy pobre. Era un poco idiota; pero bueno, andrajoso, tan delgado y moreno que parecía una estatuilla de bronce. Iba casi cada día a la cabaña de los Portolu y se entretenía tranquilo con el gato, con el cochinillo, con los perros. Elías solía darle pan, fruta y leche, y a veces vino, y el muchachuelo le había tomado cariño. Pero un día lo pagó todo. Elías se encontraba solo en la cabaña y estaba de un humor terrible, porque la noche anterior Mattia había traído malas noticias de casa: Pietro se emborrachaba cada vez que volvía del trabajo e insultaba y maltrataba a Maddalena. El niño se acercó con los pasitos silenciosos de sus piececitos descalzos, abrazó al perro y luego entró en la cabaña. "



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