El chino del dolor (fragmento)Peter Handke
El chino del dolor (fragmento)

"Los platos habían sido retirados, la puerta cerrada, el fuego ardía. Los jugadores estaban ante sus copas, la nieve anunciada («la última nieve», dijo alguien) caía desde la oscuridad contra las ventanas («ojos de una bandada de fantasmas», dijo ahora otro); éstas primero crepitaban al caer la nieve y luego quedaban silenciosas como si en el vidrio se hubiese calmado una tensión. El hijo en el pasillo seguía murmurando al teléfono. Cada uno de los copos que se acercaban volando se movía como una alegoría, tan indefinida como indefinible.
Con las yemas de los dedos me di levemente masaje en las sienes, como cuando siento presión o dolor; aparte la silla y, volviéndome al sacerdote, le pregunté: «En la tradición religiosa, ¿existen los umbrales?» «¿Como objeto o como imagen?» «Como ambas cosas.»
Mientras el sacerdote reflexionaba, los demás comentaban lo que se les ocurría.
El dueño: «La gata que tenemos aquí jamás pasa negligentemente por encima de los umbrales. Siempre se detiene ante ellos y olisquea cuidadosamente el suelo. A veces, incluso evita el contacto y salta. Sólo en la huida, ante un perro, por ejemplo, ya no existe la duda ante el umbral; en ese momento sólo cuenta el interior de la casa. Pero entonces el que duda es el perseguidor.»
El político: «Tengo dos clases de sueños acerca de umbrales que continuamente se repiten. En el primero voy sin zapatos y resbalo en el umbral porque, llevando calcetines, éste, sea de madera o de piedra, es muy escurridizo, y además redondeado en los cantos. Pero, sin embargo, siempre llego incólume al otro lado y es el susto el que me cura, ya que al resbalar me pregunto: ¿dónde estoy?, sabiendo precisamente, a causa del susto, dónde estoy. En este caso el umbral tiene algo de trampolín de un deportista que salta. En la otra variante del sueño, sólo es el umbral de una habitación y además, como es frecuente en las actuales edificaciones nuevas, un mero listón de metal. Pero yo soy incapaz de pasar por encima. En todo el sueño no ocurre nada más, salvo que estoy ante la puerta abierta de la habitación, observando mi cara, que es reflejada por el metal. Cuando en una ocasión por lo menos me pude dar la vuelta, vi a mis espaldas una caseta de vidrio con intérpretes simultáneos que esperaban a que yo por fin diera comienzo a mi discurso.»
El pintor: «Antiguamente había enemistades tan grandes entre algunos pueblos, que el que lograba avasallar destrozaba las estatuas de los templos del vencido, haciéndolas añicos y usándolas en casa para pavimentar sus umbrales. En algunas culturas encontramos dibujos ante los umbrales, con el diseño de un laberinto; estos dibujos deben servir, como se cuenta, más para proponer un rodeo que para provocar una detención. Para mí, los umbrales no suponen ningún problema. Para decirlo con otras palabras: aún no he alcanzado la suficiente madurez para ello. De todas formas pienso a veces: si existen pinturas arriba en los dinteles de las puertas, ¿por qué no hacer también que los umbrales abajo se reconozcan mediante formas y colores? ¿O por qué razón construirlos? Ya veremos.»
El sacerdote, que mientras tanto se había concentrado, dijo: «En lo que yo sé, el umbral como objeto apenas existe en la tradición. En una ocasión, el profeta anuncia un retemblar del templo tan fuerte que incluso temblaría el umbral de piedra. Pero sí aparece frecuentemente como imagen, aunque generalmente se emplee una palabra distinta. En el registro de los diccionarios especializados, después de la palabra “umbral” uno encuentra una flecha que advierte: véase “puerta”. El umbral y la puerta (o el portal) representan una parte de la totalidad. Esta totalidad en el Antiguo Testamento es la ciudad, una vez la meramente terrenal —¡gime, portal!; ¡grita, ciudad!—, otra vez, la celestial. El Señor ama los portales de Sión más que todas las tiendas de Jacob; en el Nuevo Testamento, unas veces la condenación —los portones de entrada al infierno—, otra vez, la salvación. Yo soy la puerta. El que por mí entre, se salvará. En la consciencia habitual, los umbrales significan, por tanto: traspaso de un ámbito a otro. Quizá seamos menos conscientes del hecho de que el umbral en sí es un ámbito o, mejor dicho, un lugar propio de prueba o refugio. El montón de escorias en el que está sentado Job en su miseria, ¿acaso no es un umbral de prueba de este tipo? ¿No llegaba uno antaño a lograr la protección de un ser humano postrándose en su umbral al término de la huida? La antigua palabra “pórtico”, ¿no muestra el umbral como morada, como un ámbito especial? La doctrina actual dice, sin embargo, que en este sentido ya no existen umbrales. El único umbral que nos queda hoy, según uno de mis catedráticos modernos, es ése que existe entre el estar despierto y el soñar, y aun esto apenas se percibe. Exclusivamente en el caso de los locos el umbral se yergue, visible ante todo el mundo, en la vida cotidiana, justo como el fragmento de aquellos templos destruidos. Umbral no significaba límite —éstos, empero, aumentan más y más, interior y exteriormente—, sino zona. La palabra «umbral» contiene transformación, inundaciones, vado, albarda, aprisco (como a modo de cobijo). “El umbral es la fuente”, reza un proverbio casi desaparecido. Literalmente, dijo este profesor: “Precisamente de los umbrales recibieron sus fuerzas los amantes y amigos. ¿Pero dónde volver a encontrar hoy en día —así sigue— los umbrales eliminados si no es en el interior de nosotros mismos? Nos curamos por nuestras propias heridas. Si ya no cae nieve de las nubes, que siga nevando dentro de mí.” Cada paso, cada mirada, cada gesto, debería hacerse consciente de que él mismo podría ser un posible umbral y volver a crear, en consecuencia, lo perdido. La transformada conciencia de umbrales podría, por tanto, transferir nuevamente la atención de un objeto hacia otro, y de éste al siguiente, hasta que la escuadrilla de la paz volviera a aparecer sobre la faz de la tierra, aunque solamente fuera para ese determinado día, y así subsiguientemente, día tras día, tal vez como en ese juego de niños en el que la piedra afila la tijera, la tijera por su parte corta el papel y el papel, por la suya, envuelve la piedra. Es decir, que los umbrales, como lugares poderosos, quizá no hay desaparecido, sino que han llegado a ser capaces de sobrevivir, como fuerzas internas. Siendo conscientes de estos umbrales, uno por lo menos dejaría morir al otro de una muerte natural. La consciencia de los umbrales sería la religión de la naturaleza. No se podría prometer más. "



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