Bizancio (fragmento)Ramón J. Sender
Bizancio (fragmento)

"Pensando en esas cosas pasó Simeón la noche.
Al amanecer llegaron a Gallípoli. Fueron recibidos con alegría. Las galeras de Aonés recordaron a todos la muerte del almirante asesinado el mismo día que Roger. Encontró la princesa muy disminuida la plaza en tropa y población. Sólo se veían mujeres y viejos.
Al día siguiente María escribió una carta a su madre que decía: “Te escribo otra vez desde Gallípoli después de las victorias de Tracia. Toda la provincia es ahora húmeda, florida y de nadie. Digo de nadie porque los catalanes no la quieren. La dominan, la castigan y la abandonan como si Tracia fuera una mujer. Estoy en Gallípoli al lado de la gran ventana del torreón que da a Occidente, es decir a Tesalónica. El sol es fresco y en el cielo hay un manojito de nubes rizadas. Alrededor hay docenas de pájaros que saltan con un ala tronchada sobre la sangre. Pero eso no es nada. Yo estoy en Gallípoli y sé que los nuestros van a la zaga de los alanos y masagetas a cortarles el camino. Se juntaron los dos capitanes Arenós y Rocafort y te digo que aunque son pocos no hay quien pueda con ellos si se ponen de acuerdo y acometen una misma empresa.
"Arenos está enamorado de mí, pero tiene miedo. Me tiene miedo a mí, y tal vez a sí mismo, que lo veo en sus ojos. Yo, en cambio, espero a Berenguer. Aunque está lejos volverá porque habíamos dejado una entrevista pendiente. Una invitación mía. No sé si Berenguer puede amar todavía a alguien. Aunque con distintos ojos y disposición, Berenguer, lo mismo que el César, mi marido, veían más allá de las cosas que miraban. A veces, viendo que Berenguer no regresa, lo odio. No puedo evitarlo. Por este odio de su ausencia sé muy bien que puedo quererlo un día.
”Y ese amor y ese odio tienen poder a distancia, como Olga me ha dicho algunas veces. No sé si creerlo. Me gustaría creerlo.
"Entretanto, escudriño buscando la raíz del esfuerzo de estos hombres para acabar de entenderlos. Te digo que no hay manera. Sé lo que es su odio. Su amor todavía no lo entiendo. Pero es lo que yo digo: si con el odio pueden hacer tantas cosas (sin contar lo de Rodesto), ¿qué no harían con el amor? Digo, en la vía de la destrucción. Me refiero al gran amor que no tiene nombre. Ya se sabe que el primer estímulo secreto del amor, según me decía Alejo el archimandrita, es hacer el mal. El mal a escondidas y disimulando con los vecinos. Cuando pienso en eso me callo o hablo conmigo misma. Nicodemos abre un poco la boca para atrapar mis palabras, ya que por los oídos no entiende bien.
”El amor que destruye no lo usan, todavía. No tiene nombre ese amor (ni objeto). Pero tiene nombre el daño que podría hacer. Tú lo sabes bien, madre. ¿No es verdad que lo sabes? Aquí sólo lo sabe de veras el prudente Arenós, que a mí me llama brujita de la victoria.
”Estos soldados saben ser ladrones a la hora adecuada —cuando la vendimia— y locos a su tiempo, cuando el amor que tiene nombre nos obliga a nosotras las hembras a pasar delante del espejo después de las doce de la noche. Saben matar y luego sentarse, y beber un trago entre el tumulto de las palomas y la degollación de los inocentes.
”Aquí, en Gallípoli, he hecho traer a mi azotea los bustos de mármol que había en los establos. Son esos bustos que hace cincuenta años quisieron destruir los enemigos de los iconos. Ya están en mi terraza un poco cegados por la luz del sol (antes estaban a oscuras). Envueltos en silencio. Como nadie sabe de dónde les llega ese silencio, dan ganas de rezarles. Y siempre están esperando que yo los mire, esos bustos.
”Todo está bien a mi alrededor, madre, pero a veces me abandono demasiado y tengo miedo de que me sea retirada la confianza. Porque a estos soldados no hay quien los entienda.
"Cuando parecen más sobrenaturales se ponen de pronto a hacer aguas a la vista de los demás. La guerra es la guerra. Cuando me parecen verdaderos cerdos salen con unos rasgos de carácter tan delicados que me quedo sin aliento.
"Hasta ahora ese aliento mío no se lo he dado a nadie. No soy quién para ofrecerlo nadie, porque sería como sacarlo al mercado público, lo que sólo se puede hacer cuando hemos pasado ya el equinoccio de la vida. A mí me falta mucho. Los catalanes de Gallípoli (heridos o viejos para la guerra) discuten con sus mujeres y las llaman putas. Siempre que riñen las llaman así. Después me miran a mí y se quitan la gorra. Otros, como Rocafort, han abierto zanjas delante de mí y las han cubierto con ramilla delgada y con rosas, igual que cuando cazan al inocente tigre.
”Pero no he peleado con nadie, ni siquiera con Rocafort. Quise darle con una daga en el pecho, pero eso es otra cosa. Eso es digno de ti y de mí, creo yo.
”Ya se sabe. Desde que nació cada cual hasta que comprobó, turbado, la idea de haber nacido —el último día—, todos dicen lo mismo: Aquí estoy. Yo también. Tú también, madre: aquí estamos. Otros dicen: Ya he venido. Y entonces la miran a una según el caso y el día.
”Por ahí se cuentan las vidas como monedas un poco sucias. Así es. Yo no soy yo, ahora. Debajo del arquitrabe de Santa Sofía dejé mi propia imagen aquel día que tenían que ayudarme para andar porque mis vestiduras y tiaras y diademas de oro pesaban demasiado. Y siendo joven y ágil y saludable, parecía medio inválida. ¿Te acuerdas? Tenían que sostener mi manto no sólo por detrás, sino también por los dos lados. Hubo un momento en que creí que tendría que llevarme en brazos Roger porque el oro y las perlas pesaban demasiado. Cuando se acabó la boda y pude quitarme la mitad de aquellas cosas, me pareció que iba a volar, tan ligera me sentía. "



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