Supay (fragmento)Guillermo Francovich
Supay (fragmento)

"Vivimos bajo un tremendo símbolo: la avaricia. No me refiero a la avaricia de dinero, sino a la avaricia de la vida. No queremos dejarla correr. No queremos gozar de ella. La guardamos, la enterramos con los ojos puestos en un futuro que no llega. ¡El futuro! Así como Harpagón amontonaba doblones resplandecientes y estériles, nosotros sacrificamos nuestros días luminosos para encerrarlos en un ataúd. Eso me da horror, ¿comprenden? Envidio a los pájaros que se olvidan del pasado e ignoran el porvenir. Hombres como yo fueron seguramente aquellos que en otros tiempos llenaban los conventos franciscanos. Francisco de Asís gustaba de caminar por los campos, amaba el agua, las aves, los insectos. Se enamoró de la pobreza porque la pobreza significa indiferencia por el día de mañana. San Francisco abandonó un día a su padre, besó otro día a un leproso, conversaba con los peces v las fieras. A su lado sus "hermanos" hacían piruetas, jugaban con los niños y entonaban canciones religiosas. Ese grupo de santos desconocía todas las limitaciones que nos asfixian a nosotros y sin embargo eran algo así como un ramillete de flores frescas y perfumadas. Yo me habría ido con él, acompañando al perro, al lobo, vestido con un sayal cualquiera, tendiendo la mano para recibir pan cuando tuviera hambre y bebiendo en los arroyos cuando tuviera sed. Yo no he estudiado la época en que apareció Francisco, pero juzgo que en ese siglo XIII, los hombres debían sentirse como nosotros fatigados de las grandes responsabilidades y mirar con horror al futuro. Y para librarse de todo ello, encarnaron en Francisco su nostalgia de la sencillez, de la naturalidad, y de la espontaneidad perfectas.
[...]
Nos reímos de Don Quijote de la Mancha cuando de las ventas inmundas y de las mozas del campo hace castillos maravillosos y princesas encantadoras. Nos asombran cuando convierte un molino en un gigante o una labradora en una hermosísima dama. Pues bien, lo mismo que Don Quijote hacía en los campos desnudos de la Mancha y bajo el cielo azul y luminoso de Castilla, hacemos nosotros, los hombres, en el mundo. El mundo no es más que una danza de átomos, un juego de fuerzas ciegas, en que nada es bello ni feo, ni santo ni diabólico, ni verdadero ni falso. Venimos los hombres y todo se reviste de significación, de fealdad o de belleza, de santidad y perversidad. Y así de nosotros es que salen los paisajes y la belleza de los astros en la noche serena. Sin nosotros nada de eso existiría. Es necesario que haya una pupila que contemple para que las cosas que son apariencia, sean. "



El Poder de la Palabra
epdlp.com