Dos inglesas y el amor (fragmento)Henri-Pierre Rochè
Dos inglesas y el amor (fragmento)

"En la gran mesa había servida una cena variada, en platos ya preparados, y cada cual tomaba lo que quería, lo inscribía en una ficha y la metía, firmada, en una caja. Podemos hacer comidas económicas y también auténticas cenas.
Retiran las mesas y trazan un cuadrilátero con tiza.
Un sajón musculoso, rojo y blanco, es el que me ha convencido para probar el boxeo, monopolio anglosajón. Puede derribarme de un golpe, pero ha prometido tratarme con miramiento.
Nos quitamos las camisas, nos ponemos los guantes, entramos en el cuadrilátero. Se forma un grupo, con curiosidad por ver cómo boxea un francés. Los asaltos son de dos minutos por tratarse de un debutante.
Yo avanzo hacia el centro, tengo miedo, no sé si estoy hecho para esto. Maldigo mi curiosidad.
—Sobre todo, ¡nada de patadas! —me gritan. Eso me recuerda el boxeo francés, que me enseñaron en la mili.
¡Ojalá no me venga de nuevo a las piernas!
Tengo la guardia demasiado baja. Para hacer que la levante, mi adversario-instructor me da un ligero sopapo en la cara, pero, como estaba adelantándola, lo encajo en la nariz, que siento aplastada, sangro y aspiro la sangre, de paso, para no ensuciar el cuadrilátero.
Ahora bien, ese golpe ha despertado mis corvas. Doy saltitos y, cuando llega un golpe, esquivo tanto, que brotan las risas. Me doy cuenta de que soy más débil, pero más rápido, y probablemente no podrá acertarme de lleno ni con la violencia que él despliega cuando machaca el saco de arena.
Él ataca, resbala sobre un hueso de aceituna y cae. Me precipito, como un tonto, para ayudarlo a levantarse. El árbitro me agarra de la cintura y me dice: «No se puede atacar a un hombre caído en el suelo».
En el siguiente asalto, encajo varios golpes, pero al recular. Reflexiono. Hay que encontrar algo, pero, ¿qué? Mi brazo toma conciencia de su longitud. Si en el momento en que él golpea, en lugar de saltar hacia atrás, golpeo yo también, con un poco de rodeo para no chocar con su puño, ¿no debe mi brazo, más largo, ser el primero en tocar? Pruebo en el instante en que él se lanza hacia mí.
Siento tal choque en el puño derecho, que me lo imagino roto, como si hubiera golpeado un muro. Al mismo tiempo, casi me caigo de espaldas. Él se ha quedado en el sitio. Pienso en dos bolas de billar que chocan a huevo. Con el impulso de los dos cuerpos lanzados, dirigidos al mismo punto, ha resultado un golpe duro a partir de los dos ligeros. Le he dado en el pómulo. Un murmullo aprobador en el público y el sajón me dice: «¡Bien! ¡Ya va aprendiendo!».
Durante el descanso, reflexiono sobre la forma de repetirlo con el puño izquierdo, pues el derecho está demasiado dolorido. Timbre-gong. Quiero levantarme. Para sorpresa mía, mis rodillas ceden de fatiga y tengo que pararme.
El árbitro me dice: «Despilfarra usted sus fuerzas saltando. Su capacidad natural para contraatacar puede llegar a ser útil. Basta por hoy. Mire a los otros y vea los combates entre marineros que hay aquí al lado los sábados».
¡Hay que ver lo que se aprende sobre un hombre boxeando con él! Como en el ajedrez. "



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