El viaje más largo (fragmento)E. M. Forster
El viaje más largo (fragmento)

"Rickie disfrutó con su paseo. Gadford era un pueblo encantador, y durante algún tiempo se detuvo en el puente junto al molino. La corriente era tan transparente que no parecía agua, sino una invisible quintaesencia en la que vibraban las plantas y los veloces pececillos. Volvió a detenerse en el cruce romano y pensó por un momento en el desconocido niño arrollado por el tren. Las vías hacían una curva muy brusca: no cabía duda de que era un sitio peligroso. Después alzó los ojos hacia la altura. La fortificación parecía marcar el borde de un platillo, y sobre la estrecha línea asomaba la copa del árbol que crecía en el centro. Debía de ser interesante. Apresuró el paso con el viento a la espalda.
Los Rings eran más curiosos que impresionantes. Los parapetos no tenían más de doce pies de altura y la hierba carecía del exquisito color verde de Old Sarum; era más bien gris e hirsuta. Pero la naturaleza (si es que la naturaleza dispone las cosas) había dispuesto que desde ellos se dominara por lo menos una hermosa vista. Toda la geografía de la zona quedaba desplegada ante Rickie, y pudo hacerse una idea mucho más clara de la conseguida con su laborioso paseo a caballo. Vio cómo toda el agua convergía hacia Salisbury; cómo Salisbury yacía en una cuenca poco profunda, justo en donde se modifica la estructura del suelo. En dirección al norte vio la llanura y la corriente del Cad descendiendo desde allí, con un afluente que surgía de la nada, como suelen hacerlo las corrientes sobre lechos de greda: un pueblo se apretujaba alrededor de su nacimiento, cubriéndolo de árboles. Vio Old Sarum, el principio del valle de Avon y los campos por encima de Stonehenge. Por detrás contempló el gran bosque que se iniciaba muy discretamente, como si también la altura necesitara un afeitado; por su interior se deslizaba la carretera hacia Londres, manchando los arbustos de polvo blanco. La greda hacía que el polvo fuera blanco y el agua clara; era la causa de los nítidos perfiles redondeados del paisaje y favorecía también la hierba y los distantes bosquecillos. Rickie contemplaba el corazón de la isla que es Inglaterra: los Chilters, los North Downs y los South Downs se inician allí. Las fibras de Inglaterra se unen en Wiltshire, y si los ingleses se decidieran a rendir culto a su país, allí deberían levantar su santuario nacional.
Los ingleses de entonces trataban de pensar en términos imperiales. Rickie se preguntaba cómo conseguían hacerlo, porque él era incapaz de interesarse por un lugar más espacioso que Inglaterra. Otras personas hablaban de Italia, la patria espiritual de muchos más pueblos. Quizá Italia resultaría maravillosa. Pero de momento la concebía como algo exótico, que había que admirar y reverenciar, pero no algo que pudiera amarse como aquellos campos tan humildes. Sacó un libro —era algo natural en él leer y leer en voz alta cuando se sentía feliz—, y durante algún tiempo su voz quebró el silencio de aquella gloriosa tarde. El libro contenía los poemas de Shelley y se abrió por un pasaje que le había entusiasmado dos años antes y que había marcado como «muy bueno».

Nunca he pertenecido a la gran masa
de los que piensan que cada uno debiera escoger
en el mundo, una amante o un amigo,
y todo lo demás, aunque bello y prudente, abandonar
a la más fría indiferencia; aunque sé que es el código
de la moral moderna, y la senda trillada
que recorren con paso cansino esos pobres esclavos
que avanzan hacia su morada entre los muertos
por la amplia senda del mundo; y de esa manera
con un triste amigo —quizás un enemigo envidioso—
cumplen el más largo y aburrido de los viajes.

«Muy bueno»: excelente poesía y, hasta cierto punto, era verdad lo que decía. Sin embargo, le sorprendió haberlo seleccionado con tanta vehemencia. Aquella tarde le parecía un poco inhumano. A media milla de distancia unos novios estaban juntos en donde todos los habitantes del pueblo podían verlos. Nada más les interesaba; cada uno sentía sólo la presión del otro cuerpo, y así avanzaban, silenciosos y ajenos a todo, atravesando los campos. Le pareció que estaban más cerca de la verdad que Shelley. Incluso aunque sufrieran o se pelearan, seguirían estando más cerca de la verdad. Quizá eran Henry Adams y Jessica Thompson, los dos de esta parroquia, cuyas amonestaciones habían sido leídas por segunda vez aquella mañana en la iglesia. ¿Por qué no podía él casarse con quince chelines a la semana? Los contempló con respeto y deseó no ser un caballero, abrumado por innúmeras restricciones sociales.
Acto seguido vio algo menos agradable: el carricoche de su tía. Había cruzado la vía del tren y avanzaba por la calzada romana a lo largo de los montones de paja. Su primer impulso fue alejarse, pero alguien le saludó. Era Agnes. Agitaba el brazo continuamente como diciendo «Espéranos». La misma Mrs. Failing alzó el látigo de manera desganada. Stephen Wonham les seguía a pie a cierta distancia. Rickie guardó el libro en el bolsillo y esperó. Cuando el coche se detuvo junto a unas vallas bajó del parapeto y las ayudó a apearse. Se sentía bastante nervioso. "



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