El naturalismo (fragmento)Emile Zola
El naturalismo (fragmento)

"Soy yo, no obstante, quien tiene una fe más robusta en el porvenir de nuestro teatro. No admito ya, ahora, que la crítica corriente tenga razón, al decir que el naturalismo es imposible sobre la escena, y voy a examinar en qué condiciones el movimiento se producirá en ella, sin lugar a dudas.
No, no es cierto en absoluto que el teatro deba permanecer estacionario, no es cierto que los convencionalismos actuales sean las condiciones fundamentales de su existencia. Todo avanza, lo repito, todo avanza en el mismo sentido. Los autores del momento serán sobrepasados; no pueden tener la presunción de fijar para siempre la literatura dramática. Lo que ellos han rechazado, otros lo afirmarán; y el teatro no se parará por ello, por el contrario, entrará en el camino más ancho y recto. En todas las épocas se ha negado la marcha hacia adelante, se ha negado a los recién llegados el poder y el derecho de cumplir lo que no habían realizado los mayores. Pero esto no es más que vanas cóleras, cegueras impotentes. Las evoluciones sociales y literarias tienen una fuerza irresistible, cruzan con un salto ligero enormes obstáculos que se tenían por infranqueables. El teatro tiene a bien ser lo que es hoy; mañana será lo que debe ser. Y, cuando el cambio tenga lugar, todo el mundo lo encontrará natural.
Entro, ahora, en la deducción. No pretendo tener el mismo rigor científico que hasta este momento. En tanto que he razonado sobre hechos, he afirmado. Ahora me contento con prever. La evolución se producirá, esto es evidente. Pero ¿sucederá a la derecha, sucederá a la izquierda? No lo sé con certeza. Se puede conjeturar, pero nada más.
Por otra parte, cierto es que las condiciones de existencia del teatro serán siempre diferentes. La novela, gracias a su forma de libro, seguirá siendo, quizás, el instrumento por excelencia del siglo, mientras que el teatro sólo le seguirá y completará su acción. No hay que olvidar el maravilloso poder del teatro, su efecto inmediato sobre el espectador. No existe instrumento mejor de propaganda. Puesto que la novela se lee junto al fuego, en diversas etapas, con una paciencia que tolera los más largos detalles, el dramaturgo naturalista deberá plantearse ante todo que nada tiene que hacer con el lector aislado, sino con la masa que tiene necesidad de claridad y de concisión. No veo que la fórmula naturalista rechace esta concisión y esta claridad. Se tratará, simplemente, de cambiar de factura la carpintería de la obra. La novela analiza largamente, con una minuciosidad de detalles en los que nada se olvida; el teatro analizará tan brevemente como quiera, por medio de las acciones y de las palabras. Una frase, un grito, en Balzac, bastan, a veces, para dar el personaje entero. Este grito es teatro y del mejor. En cuanto a los actos, son análisis en acción, los más atractivos que pueden hacerse. Cuando nos desembaracemos de las emociones de la intriga, de esos juegos infantiles de anudar hilos de manera complicada, con el sólo fin del placer que se halla en desanudarlos acto seguido, cuando una obra no sea más que una historia real y lógica, entraremos en pleno análisis, analizaremos la doble influencia de los personajes sobre los hechos y de los hechos sobre los personajes. Ello me ha inducido a decir a menudo que la fórmula naturalista nos llevaba a la propia fuente de nuestro teatro nacional, a la fórmula clásica. En las tragedias de Corneille, en las comedias de Molière, se encuentra precisamente este análisis continuo de personajes que yo pido; la intriga está en segundo término, la obra es una larga disertación dialogada sobre el hombre. Yo quisiera únicamente que, en lugar de abstraer al hombre, se le colocara en la naturaleza, en su propio medio, extendiendo el análisis a todas las causas psíquicas y sociales que lo determinan. En una palabra, la fórmula clásica me parece buena con la condición de que se utilice el método científico para estudiar la sociedad actual, como la química estudia los cuerpos y sus propiedades.
En cuanto a las largas descripciones de las novelas, es evidente que no pueden ser llevadas a escena. Los novelistas naturalistas describen mucho, no por el placer de describir, como se les reprocha, sino porque el hecho de circunstanciar y de completar al personaje por medio de su ambiente forma parte de su fórmula. Para ellos, el hombre ya no es una abstracción intelectual, tal como se le consideraba en el siglo XVII; es un animal que piensa, que forma parte de la gran naturaleza y que está sometido a las múltiples influencias del suelo en que ha crecido y en que vive. Es por ello que un clima, un país, un horizonte, una habitación, tienen a menudo una importancia decisiva. El novelista, pues, no separa al personaje del aire en que éste último se mueve; no describe por una necesidad de retórica, como los poetas didácticos, como Delille por ejemplo; simplemente anota, en cada hora, las condiciones materiales en las que actúan los seres y se producen los hechos, a fin de ser totalmente completo y para que su investigación lleve hasta el conjunto del mundo y evoque toda la realidad. Pero las descripciones no tienen necesidad de ser llevadas al teatro; se encuentran en él de una manera natural. ¿Acaso la decoración no es una continua descripción que puede ser mucho más exacta y más conmovedora que la descripción hecha en una novela? Se dice que no es más que cartón pintado; en efecto, pero, en una novela, es todavía menos que un cartón pintado, es papel tiznado; y no obstante, se produce la ilusión. Después de los decorados con tanto relieve, de una verdad tan sorprendente, que hemos visto recientemente en nuestros teatros, ya no se puede negar la posibilidad de evocar en escena la realidad de los medios. Atañe a los autores dramáticos, ahora, utilizar esta realidad; ellos proporcionan los personajes y los hechos; los decoradores, siguiendo sus indicaciones, proporcionarán las descripciones, tan exactas como sea necesario. Se trata solamente, en el caso de los dramaturgos, de utilizar los medios tal como lo hacen los novelistas, puesto que pueden realizarlos, enseñarlos. Añadiría que, al ser el teatro una evocación material de la vida, los medios se han impuesto en él en todas las épocas. Solamente en el siglo XVII, puesto que la naturaleza no contaba para nada, puesto que el hombre era pura inteligencia, los decorados eran vagos, un propileo de templo, una sala cualquiera, una plaza pública. En la actualidad, el movimiento naturalista ha impuesto una exactitud cada vez mayor en los decorados. Esto se ha producido poco a poco, insoslayablemente. En ello veo también una prueba del discreto trabajo que ha realizado el naturalismo en el teatro, desde principios de siglo. No puedo estudiar a fondo esta cuestión de los decorados y accesorios, me contento constatando que la descripción en escena es no solamente posible sino que es del todo necesaria y que se impone como una condición esencial de existencia. "



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