El cuarto mandamiento (fragmento) "El pensamiento que se ocultaba detrás de esa exclamación era que no iba a resultar demasiado divertido convivir con una persona que tomaba por lo trágico cualquier broma inofensiva. Estuvo silbando bajito un buen rato, fue luego a la ventana y se estuvo contemplando la gran silueta de la casa de su abuelo. Vio unas luces encendidas en el piso alto. Probablemente sería su recién llegado tío charlando con el comandante. Bajó la mirada y descansó ésta por casualidad en unas indistintas formas desconocidas para él. No parecían tener silueta determinada. Supuso, sin gran curiosidad, que se trataba de algo relacionado con el alcantarillado, o con el suministro de agua, que habían hecho necesarias algunas excavaciones. ¡Con tal de que acabasen pronto con ellas! Ge molestaba ver estropeada por zanjas y montones de tierra la gracia del amplio y cuidado prado que unía ambas casas. Poco preocupado, bajó el transparente, bostezó y empezó a desnudarse, dejando para el día siguiente toda ulterior investigación. Pero a la mañana siguiente ni siquiera se acordaba de aquello, y cuando subió el transparente no se le ocurrió mirar hacia el punto donde viera las extrañas masas. No volvió a mirar por la ventana hasta que estuvo vestido, y entonces su examen del prado fue casual. Una mirada bastó para tensarle dolorosamente los nervios. Salió del cuarto, bajó a saltos la escalera, y cuando contempló de cerca el profanado jardín, comenzó a pronunciar palabras de naturaleza manifiestamente malsonante, y al parecer dirigidas al veraniego y sosegado ambiente, en el que los crudos dicterios, vituperaciones y tacos no parecieron ejercer influencia alguna. Entre la casa de su madre y la de su abuelo, se veían los cimientos de cinco casas nuevas, separadas entre sí por muy escasos pies. Eran los cimientos de ladrillo, y buenos montones de éstos se veían por todas partes, así como vigas, arena y argamasa. Era domingo y, por lo tanto, los obreros encargados de las obras se vieron privados de lo que hubieran considerado, sin duda alguna, como un espectáculo regocijante en sumo grado; pero según el inagotable orador continuaba aquel extraordinario soliloquio, surgió de una de las excavaciones un caballero con pantalones de franela que se quedó contemplando a George. " epdlp.com |