Si mal no recuerdo (fragmento)Alexis Márquez Rodríguez
Si mal no recuerdo (fragmento)

"Mi padre, don Gregorio Márquez Núñez ­ todo el mundo le decía don Goyo­, siempre quiso que yo fuese abogado. Él tenía una verdadera pasión por el Derecho, seguramente acrecentada por la frustración de no haber podido ser abogado. Sus estudios fueron muy elementales. Sólo cursó en una de esas antiguas escuelas llamadas "de primeras letras", unitarias, es decir, sin grados, donde en dos o tres años el muchacho aprendía lo básico: leer, escribir, sacar cuentas y una que otra noción de cultura general. Allí tuvo un maestro que debió ser un personaje excepcional, porque él lo recordó toda la vida: don Telésforo Merlo, de quien hablaba con gran admiración y afecto. Pero mi padre fue desde niño un gran lector, y llegó a hacerse una cultura bastante aceptable para el medio y las circunstancias en que vivía. Él era herrero, trabajo que ejerció desde los catorce años, enseñado por su padre, don Benito Márquez, que también era herrero. Pero durante toda su vida papá combinó la herrería con la lectura. Le gustaba estar bien informado, y leía el periódico con vivo interés. El primer diario que yo conocí en casa era "La Esfera", cuyo director, cerrilmente de derecha, era un gran periodista: Ramón David León. Junto con mi padre, me acostumbré a leerlo yo también. Pero no podíamos hacerlo todos los días, porque a Guanare los pocos periódicos que llegaban los llevaban en el camión del correo, que iba tres veces por semana, de modo que cada vez llegaban los periódicos con dos o tres días de atraso. En 1943, cuando se fundó "El Nacional", el 3 de agosto, mi padre, que siempre tuvo ideas progresistas, se cambió al nuevo periódico.
Eran los tiempos de la Segunda Guerra Mundial, y en casa también oíamos las noticias por la radio. En esa época en Guanare no había luz eléctrica, y nos alumbrábamos con velas, lámparas de querosén, de carburo o de gasolina. Tampoco se conocían entonces los radios de batería. Pero papá había comprado una pequeña planta eléctrica, y de ese modo podíamos oír radio, incluso algunas veces de día, cuando había acontecimientos muy importantes que justificasen prender la plantica. Así ocurrió, por ejemplo, el 18 de octubre de 1945, cuando derrocaron el gobierno del general Isaías Medina Angarita. Un vecino de casa, compadre de mi papá, que se enteró del golpe nadie supo cómo, pasó a casa y le dijo a mi padre ­lo recuerdo nítidamente­: "¡Compadre, prenda el motor para oír la radio, que cayó el gobierno!". (Para ese entonces, en realidad, ya habían montado un estruendoso motor que le daba luz y corriente a casi todo el pueblo, pero funcionaba sólo de 6 de la tarde a 9 de la noche. Para prender aquel aparatoso artefacto se necesitaban seis hombres forzudos, que moviesen los tres enormes volantes que tenía. Cuando ya se acercaban las 6, la policía, machete en mano, reclutaba, en el mercado o la Plaza Bolívar, los seis hombres para hacer ese trabajo).
La afición de mi padre a la lectura le permitió saber muchas cosas, y le dio fama de hombre sabio y prudente. Desde muy niño él me inculcó ese amor a los libros y a la lectura. Él solía madrugar ­costumbre muy propia de los llaneros­. A las 4 de la mañana ya estaba en pie, y a las cinco me despertaba a mí para que leyera a su lado. (Leíamos, por supuesto, a la luz de una lámpara de gasolina, pues prender el motor a esa hora hubiera causado la protesta de los demás habitantes de la casa y del vecindario, por el ruido que les perturbaría el sueño de la madrugada, el más sabroso y reparador). Las mías eran, sin embargo, lecturas libres, no orientadas en ningún sentido y sin criterio alguno. De modo que yo, a diferencia de la mayoría de los muchachos de mi generación, no empecé leyendo libros para niños o jóvenes ­ni Julio Verne, ni Stevenson, ni Salgarias­, sino cosas mucho más fuertes, que eran los libros que yo encontraba en mi casa, o en una pequeña biblioteca pública que algunos jóvenes mayores que yo habían organizado en un centro cultural llamado "Rómulo Gallegos", fundado por ellos mismos a la muerte de Juan Vicente Gómez, en diciembre de 1935. El primer libro del que tengo un perfecto recuerdo de haberlo leído completo era de Máximo Gorki y se titulaba Cuentos de vagabundos. "



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