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  Alastair Reid


    Gran Bretaña | 1926-2014
Reid
  Escritor escocés nacido en Wigtown. Inquieto e itinerante, vivió por todo los rincones del mundo y trató temas muy variados para The New Yorker. Durante mucho tiempo la oficina del semanario neoyorquino fue el único lugar fijo donde encontrar a Alastair Reid. Vivió en Inglaterra, EEUU, Suiza, Argentina, República Dominicana, México, Chile y España. Precisamente vivió varios años en la península Ibérica, en diferentes periodos en los que narró la España bajo el régimen franquista, y posteriormente lo que quedó con la entrada de la democracia. El castellano fue su segunda lengua, y su hiperactividad de trotamundos la tradujo también a la literatura. Se convirtió en uno de los más reputados traductores de los grandes clásicos de la literatura castellana, con quiénes entabló buenas amistades. Entre otros, Borges, Neruda, García Márquez y Vargas Llosa tuvieron trato habitual con él. Escribió también poesía y narrativa con carácter de reportero, una muestra más de un estilo todoterreno. La fascinación por otras vidas y por conocer rincones comenzó de joven, según él mismo relató en Descubriendo Escocia. Sirvió en la Marina Real durante la II Guerra Mundial y en 1949 abandonó su tierra y vio nacer a su hijo Jasper en Madrid. Luego llegó Nueva York, donde se ganó un puesto en la redacción de la revista The New Yorker con su poesía. Entre otras curiosidades, destaca la amistad que entabló con Robert Graves en unas vacaciones en Mallorca y que no perduró mucho. Reid se enamoró de Margot Callas, la musa de Graves con quien llegaría a casarse. En Neruda and Borges (1996), reflexionó sobre la poesía de ambos y compartió algunas anécdotas, una fiesta sorpresa que organizó a Neruda en su casa flotante en el barrio londinense de Chelsea, una visita relámpago de Borges a Saint Andrews (Escocia) cuando este iba a recoger el premio Nobel, su trato con Vargas Llosa en Barcelona. "Si dabas un apretón de manos a Alastair, nos imaginábamos, tocabas la mano que había guiado a Borges, que había dado una palmadita en la espalda a Gabo, compartido swings con Neruda... Nadie más en The New Yorker tenía entonces esa clase de conexiones", escribía Charles McGrath, un antiguo colega en la redacción.  © Guille Álvarez

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